sábado, 1 de septiembre de 2012

Sermón 8 - ¿Dónde está mi tesoro?

¿DÓNDE ESTÁ MI TESORO?


Mateo 6:19-21

6:19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
6:20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
6:21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.    


Hoy vamos a tratar un tema interesante: El Tesoro. Hay muchos libros o documentales que tratan de la búsqueda del tesoro. La gente los compra y los lee porque tiene mucho interés en los tesoros. Cuando Colón descubrió América en 1492, muchos europeos vinieron a buscar tesoros. Los españoles vinieron a Argentina porque les llegó la noticia de que en esta tierra había mucha plata. Por eso le pusieron a esta nación el nombre “Argentina” cuyo significado es plata. Cuando Argentina estaba bien económicamente, muchos inmigrantes llegaron para ganar plata.

En algún sentido, todos nosotros estamos buscando tesoros. En la palabra de hoy vemos que hay dos clases de tesoros: tesoros en la tierra, y tesoros en el cielo. Cada uno tiene diferente carácter.

I. Tesoros en la tierra (19)


Leamos el versiculo 19. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan”. En Palestina una parte importante de la riqueza de una persona consistía en tener cereales almacenados en grandes silos. Después de cosecharlos, los guardaban en graneros. La riqueza de una familia se medía según el tamaño del silo. Mis padres, después de cosechar arroz, lo guardaban en un gran depósito hecho de paja construido en el patio. Pero el problema era que a ese grano se lo comían los ratones. Entonces, un trabajo diario era matar a los ratones. También se lo comían las polillas y los gusanos. Al hervir el arroz en la olla, los gusanos y las polillas también hervían. ¿Qué nos enseña todo esto acerca del tesoro en la tierra?

Primero: Es corruptible y temporal.
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,..” Los tesoros terrenales son corruptibles y temporales; se desgastan y quedan tan inservibles como la ropa vieja. Los trajes y vestidos más lujosos acaban por desintegrarse. Todos los placeres puramente fìsicos tienen la característica de desgastarse. Cada vez que se disfrutan, satisfacen menos que la vez anterior. Se necesita más estímulo para producir el mismo efecto. Son como drogas que pierden su efecto inicial y se vuelven cada vez menos efectivas teniendo que aumentar cada vez más la dosis.  

A las mujeres les gusta invertir su dinero en comprar ropa de última moda o de marca y guardarla en el placard. Tanto para las mujeres de Palestina como las de Argentina, la ropa es una tentación. Cuando yo tenía negocio de ropa, cada vez que entraban en el negocio nuevas mercaderías, las vendedoras se emocionaban y gritaban, diciendo: “¡Qué linda ropa! ¡Me la quiero probar!” Pero su placer no duraba mucho. Una o dos veces las usaban, ya se aburrían y buscaban otras más lindas. A los jóvenes les gusta comprar el último modelo de computadora y navegar en Internet. Quizá este placer es muy grande. Veo que muchos jóvenes pasan la noche ante la computadora. Pero este placer es como una droga.

Nosotros conocemos a un hombre quien fue el más sabio del mundo y más rico también a lo largo de toda la historia humana, quien disfrutó de toda clase de placeres terrenales: Salomón. Pero él confesó así: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Ec 1:2,3) Todos los tesoros en la tierra son pasajeros, temporales y breves. Son como flor de la hierba que se seca y se cae en seguida.

Segundo: Es inseguro
No os hagáis tesoros en la tierra, … y donde ladrones minan y hurtan”. Proverbios 23:4, dice: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente. Y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”(Reina Valera). “No te esfuerces por hacerte rico; deja de preocuparte por eso. Si te fijas bien, verás que no hay riquezas; de pronto se van volando, como águilas, como si les hubieran salido alas” (Dios habla hoy).

Tanto la gente de la época de Jesús como la de hoy tratan de hacerse tesoros en la tierra. La gente es muy inteligente en ganar dinero. Es muy sensible a las noticias económicas, o sea, a cuestión de bolsillos. Hay gente que ha ganado mucho dinero utilizando su capacidad e inteligencia. Pero para los que tienen dinero, un gran problema es cómo guardarlo del robo de los ladrones. Cuando mis padres me mandaron dinero para comprar un departamento, un gran problema era cómo guardarlo hasta que comprara el departamento. Un día lo escondí debajo del colchón, otro día lo saqué y lo guardé en el baño. Mis ojos estaban puestos todo el tiempo en el lugar donde lo había guardado. Entonces ahora imagino cómo se sienten los millonarios que tienen mucho dinero. Seguro que no pueden dormir tranquilos por el miedo a los ladrones o  secuestradores. Deben emplear guardaespaldas y buscar muchas maneras de esconder su tesoro. Depositan su dinero en la caja privada del banco o en bancos suizos. Viviendo en un país inestable, el pueblo argentino compra dólares, el billete más seguro del mundo, y lo guardan debajo del colchón o en el suelo.

Supongamos que uno organiza su vida de tal manera que su felicidad depende de su dinero; supongamos que llega a la quiebra, o pierde todo lo que ha ahorrado, entonces, con su dinero perdido, se ha desvanecido su felicidad. Nosotros hemos experimentado esto hace 12 años (el año 2000) cuando la Argentina se halló en una gran crisis económica. El valor del dinero de repente disminuyó a un tercio. Muchos que depositaron su dinero en el banco sufrieron una gran pérdida. En realidad, no hay nada que tenga un valor perdurable en este mundo. Con el avance de la teconología, el valor de las cosas cambia. Cuando yo era adolescente, en mi pueblo una familia tenía televisión blanco y negro. Tenía mucho valor. Para verla, debíamos abonarle dinero al dueño. Pero ahora una tele blanco y negro no tiene nada de valor. Un gran problema es dónde invertir nuestra vida. Por eso el tema primordial de nuestra vida es buscar algo perdurable e invertir en eso. Pero en este mundo no lo encontramos. En este momento nuestro Señor Jesucristo nos invita a invertir nuestras vidas en un depósito seguro y pedurable.

II. Tesoros en el cielo (20)


Leamos el versículo 20. “sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan”. Jesús nos ofrece un banco seguro y perdurable donde podemos depositar nuestro tesoro. Entonces, ¿qué significa hacernos tesoros en el cielo? ¿Significa que en el cielo hay un banco y para llegar allí necesitamos subirnos a un cohete con el dinero que tenemos? Seguro que no significa esto. Entonces, ¿qué significa?  

Primero: Es prepararnos para el futuro.
“Haceos tesoros en el cielo” Para esto hay que prepararnos invirtiendo el tiempo, el talento y la riqueza. Nosotros estamos viviendo en un mundo cambiante. La tecnología ha cambiado cada aspecto de nuestras vidas. Debemos hacer frente a estos adelantos en un mundo en el que nuestros antepasados nunca soñaron. Todos queremos ser útiles tanto en esta sociedad como en la obra de Dios. Por ello, debemos prepararnos. Los que están preparados no tendrán miedo ante cualquier prueba, más bien esperarían el día de la prueba con alegría. Es necesario prepararnos a fin de no desperdiciar las oportunidades venideras. En especial, la juventud es la edad de oro. Entre todas las cosas que los jóvenes hacen, la primordial es aprender acerca del temor de Dios porque la Biblia dice: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová (Pr 1:7).”  y recordar a Dios el Creador. Eclesiastés 12:1 dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, lleguen los anos de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.”

Ahora les presento a un pueblo que nos da una lección preciosa sobre la preparación para el futuro. Es el pueblo judío. Ellos no son más que 13 millones. Pero su influencia en el mundo entero es muy grande. El origen de su poder está en la educación. Ellos consideran los libros como tesoro. Cuando Jerusalén estaba a punto de caer ante el ejército romano, allí en la ciudad había un rabino muy sabio. Él, disfrazado salió de la ciudad para encontrarse con el general romano, y le pidió que no destruyera la biblioteca. Luego este rabino se dedicó a la educación de su pueblo con los libros reservados. Cuando los judíos crían a los niños, les presentan la Biblia sobre la cual ponen miel y les hacen besarla. Lo hacen a fin de que los niños lean la Biblia hasta que saboreen su dulzura como miel. Ellos obtienen la sabiduría y fuerza a través de la Biblia. El pueblo que aprecia la Biblia y la estudia no se pierde sino que sobrevive y prospera. La historía testifica de esto. Es dichoso el hombre cuya delicia está en meditar en la palabra de Dios de día y de noche.

La frase “tesoros en el cielo” se puede ver con el carácter o la cualidad de una persona. Lo que una persona puede llevar de este mundo al más allá es ella misma; y cuanto mejor persona sea, mayor será su tesoro en el cielo. ¡Qué importante es nuestra santificación y asemejarnos a Cristo. El Señor mira nuestro ser antes que nuestra obra. Si estamos preparados, ¿cómo no usaría el Señor nuestra vida y levantaría su obra?

Para ello necesitamos metas. Sin una meta, no se puede lograr el verdadero éxito. Así el éxito es la realización progresiva de una meta. Alguien ha dicho que el problema de no tener una meta es que podemos pasar la vida sin lograr nada que valga la pena. Es indispensable poner una meta sana y perdurable, que nos dé motivación a esforzarnos y seguir adelante. ¿Por qué el apóstol Pablo era un hombre exitoso? Porque él puso una meta elevada y corría hacia ella sin mirar atrás. Él dice así, “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil 3:8-14).” 
En este momento examinémonos: ¿qué meta tenemos y cómo preparamos nuestra vida para ello?

Segundo: Es hacer obras de caridad
Nuestra salvación se base en la la gracia de Dios. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Ef 2:8,9).” Entonces una verdad es que el que ha saboreado la gracia de Dios la muestra a través de su buena obra. La fe sin obra está muerta. El Señor no pasa por alto las buenas obras que su pueblo hace en la tierra. Las obras de caridad que se hacen en la tierra se convierten en un tesoro en el cielo. Lo que se almacena con fines egoístas se pierde, mientras que lo que se comparte generosamente produce tesoros en el cielo. En la Biblia encontramos a muchas personas generosas que no mezquinaron sus bienes para ayudar a los necesitados. Un buen ejemplo es Bernabé. “como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles”(Hch 4:37). Otro ejemplo es Cornelio. El ángel le dijo: “Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios” (Hch 10:4). Ciertamente no es en vano buena obra que hacemos en unión con el Señor. Es una verdad la que dice que perdemos lo que guardamos, y conservamos lo que damos

En los días de la terrible persecución del emperador Decio, las autoridades romanas entraron en una iglesia. Iban a usurparle los tesoros que creían que guardaba. Los romanos le exigieron al diácono de la iglesia: “Muéstrame tus tesoros de inmediato”. El diácono señaló a las viudas y huérfanos que alimentaba, a los enfermos que cuidaba, a los pobres que ayudaba, y dijo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”. Un millonario norteamericano llamado Rock Fellow sufría una enfermedad del estómago, así que no podía disfrutar de tantas riquezsas que tenía. Todos pensaron que no podría vivir más de un año cuando él tenía cincuenta  años de edad. Un día él empezó a leer la Biblia y encontró un versículo de San Lucas donde dice: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lc 6:38). En la obediencia a esta palabra, él empezó a dar. Entonces Dios lo bendijo y le dio salud y 40 años más de vida.

El verdadero rico no es el que tiene mucho dinero, sino el que tiene manos abiertas para ayudar a los necesitados. Él es quien sabe llorar con los que lloran y reír con los que ríen. Juan Wesley dijo: “Ganen mucho dinero, ahorren mucho, y luego úsenlo para la buena obra.” Jesús dijo: “Es más dichoso dar que recibir”. 1 Corintios 8:9 dice: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” 

En este mundo hay gente que sufre pobreza y aflicción. La buena obra que hacemos por ellos es como atesorar en el cielo. El Señor lo reconoce. Ayudar a un pequeño en el nombre de Jesucristo es igual que hacerlo al Señor. Habrá recompensa. El Señor dice: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa (Mt 10:42).”  

Tercero: Es vivir el presente.
En los versículos 19 y 20, una cosa interesante es que todos los verbos usados son de modo imperativo y presente como “No os hagáis; corrompen; minan;  haceos,” A veces permitimos que los pensamientos del mañana ocupen mucho del presente. Pero el mañana no es de nosotros. Pensar en el pasado tan agradable y soñar con el futuro glorioso nos pueden brindar consuelo y emoción, pero no tomarán el lugar de vivir el presente. Hoy es el tiempo oportuno, así que debemos aprovecharlo. La fe es vivir el presente. La felicidad que gozamos ahora en Cristo la podemos llevar al cielo. Si en este mundo no experimentamos el reino de Dios, tampoco lo experimentaremos en el cielo. Debemos aprovechar bien el tiempo presente. Es necesario que de nuestro diccionario saquemos las palabras “algún día” y “mañana”. Ese “algún día” puede llegar más allá de 10 años, o después de la muerte. Un dicho antiguo dice: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.

Ahora es la oportunidad de recibir la gracia de Dios. Ahora es el tiempo de arrepentirnos de nuestra vida tibia, perezosa e indecisa. Hacernos tesoros en el cielo no es un trabajo fácil. Sabemos qué difícil es sacar el oro de las minas profundas. De igual manera, la vida de hacernos tesoros en el cielo nos demanda mucho trabajo, sacrificio y lucha espiritual. Como Pablo dijo, debemos morir cada día. Lo más difícil es tomar una decisión concreta y ponerla en práctica. Podemos tener visión, pero hacerla real es otra cosa. El reino de Dios no es algo abstracto sino real.

¿Esperamos un avivamento espiritual en nuestra iglesia? Así como los cristianos primitivos oraron unánimes, debemos orar, debemos compartir la gracia que cada uno recibe. Debemos perdonarnos unos a otros; Reconciliarnos unos con otros; Crecer en la fe cada día anhelando ser semejantes a Cristo; Salir a predicar el evengelio para expandir el reino de Dios en esta tierra. Vale la pena usar nuestra vida, juventud, tiempo y bienes para hacernos tesoros en el cielo.

Conclusión (21)
Veamos el versículo 21: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” Donde esté el tesoro de una persona, allí estará también su corazón. Si todo lo que valora y aprecia una persona está en la tierra, no tendrá ningún interés en un mundo más allá de éste. Si a lo largo de toda su vida ha tenido los ojos puestos en la eternidad, valorará poco las cosas de este mundo. Jesús no dijo que este mundo no tenía importancia. Pero este mundo no es un fin en sí mismo, sino una etapa en el camino. Por tanto no debemos rendirle nuestro corazón a este mundo y a lo que hay en él, sino que debemos tener los ojos en la meta más alla, en el cielo, preparándonos, haciendo buenas obras y aprovechando bien el tiempo presente para la gloria de Dios.

¿Dónde esta mi tesoro, el tesoro de ustedes? ¿Aquí en la tierra o en el cielo? Donde esté mi tesoro allí estará también mi corazón.

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