martes, 17 de diciembre de 2013

Sermon 14- La oración de Jesús en Getsemaní

LA ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ Mateo 26:36-46 (V.C. 26:39) 36Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. 37Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. 38Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. 39Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. 40Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? 41Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. 42Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. 43Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. 44Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. 45Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. 46Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. En la vida pública de nuestro Señor Jesucristo, una cosa más notable fue su vida de oración. Él comenzaba el día con la oración de madrugada. Cuando debía elegir a sus doce discípulos, subió al monte y oró pasando toda la noche (Lc 6:12). Además muchas veces enseñó a sus discípulos vida de oración tanto en teoría como en práctica. Cuando ellos vinieron a Jesús para preguntarle cómo orar, les dijo sobre la oración “Padre nuestro”. Cuando los discípulos no pudieron expulsar al espíritu mudo y sordo que poseía a un muchacho, Jesús lo expulsó con autoridad y les enseñó diciendo: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno”. Hoy hemos llegado a la parte más importante de la vida de la oración de Jesús, la oración de Jesús en Getsemaní, en el momento más crucial de la vida del Señor. Aquí podemos ver su agonía, sus lágrimas, su dolor, su lucha espiritual para aceptar la voluntad del Padre, su coraje y su triunfo a través de la oración. En algún sentido este momento habría sido el momento más difícil de su vida. Cuando él luchó a través de la oración y obteniendo la victoria, debe haberse enfrentado con tranquilidad y coraje lo que le esperaba por delante, aun incluso, la muerte en la cruz por el pecado del mundo. El mensaje de hoy se desarrollará de la siguiente manera. Primero aprenderemos la actitud verdadera de la oración a través de la actitud de Jesús al orar, luego aprenderemos sobre el contenido de la oración, es decir, cuál debe ser el título de la oración, y por último aprenderemos el resultado de la oración, es decir, la eficacia de la misma. Pido que el Espíritu Santo revele la verdad y la riqueza abundante de la palabra de hoy y nos convierta en hombres y mujeres de oración. I. La actitud de la oración de Jesús (36 – 39a, 42a, 44a) Nuestra confesión cristiana consiste en que Jesús es el Dios encarnado (Jn 1:14). En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, dominios, principados, potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col 1:16). También confesamos que Jesús es el hombre perfecto. Él es humano como nosotros aunque sin pecado. En la palabra de hoy se ve muy claramente su humanidad al mostrar la parte más íntima de su corazón a sus discípulos y orar ante el Padre celestial. (i) Jesús comparte su agonía con los discípulos (36 – 38) Jesús, después de establecer su sangre del nuevo pacto con sus discípulos, fue al huerto de Getsemaní para orar, llevando a sus discípulos. Miren el versículo 36: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro”. Esto quiere decir que Jesús los consideró como colaboradores de la oración. Llevándolos allí, quiso que participaran en su oración, en su lucha espiritual, y así ser testigos de todo lo que estaba sucediendo, para dar testimonio de la vida de oración de Jesús, su Maestro. Especialmente Jesús tomó a Pedro, Juan y Jacobo, los tres discípulos principales, y comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. En cierta manera, el Señor les estaba revelando la parte más íntima de su corazón. Les expresó francamente lo que sentía, diciendo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo”. Esta actitud de Jesús es algo que está fuera de mi imaginación porque crecí en un ambiente basado en el machismo y el confucianismo donde se decían: “Los hombres no deben llorar, ni mostrar su íntimo corazón”. Cuando yo solía regresar a casa llorando por ser golpeado por los compañeros de la escuela, mi padre se sintió muy mal y me reprendió por ser tan cobarde y débil, y me reprendió diciendo: “El hombre no debe llorar”. Se dice que para un líder, mostrar la debilidad ante su pueblo es algo que nunca debe suceder. Pero Jesús, siendo el Hijo de Dios, reveló su corazón ante sus discípulos que aún eran muy inmaduros. Las palabras usadas por Jesús denotan el rechazo, asombro, angustia y horror mental más completos; el estado de alguien rodeado de penas, abrumado con miserias, y casi consumido por el terror y el desánimo. Si Jesús no hubiera mostrado su humanidad tan francamente, nosotros lo consideraríamos solamente como el Hijo de Dios que no puede compadecerse de nuestra debilidad, pero Él puede compadecerse de nuestra debilidad porque fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por causa de la angustia que Él sufrió, puede entender nuestro sufrimiento. Por lo tanto, el escritor de Hebreos nos exhorta diciendo: “acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He 4:16)”. (ii) Jesús ora humildemente (39a) Leamos el versículo 39a: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo…”. Su postura revela su humildad ante el Padre. Postrarse sobre su rostro es una forma de rendimiento total así como los súbditos se postran sobre su rostro ante el rey. Es verdad que la postura exterior a menudo es la expresión de su íntimo corazón. Cuánto más uno conoce la grandeza de Dios, más mostrará humildad tanto en postura como en palabras delante de Él. Cuánto más uno se conoce a sí mismo, tan débil y pecador, más humilde será ante Dios. Si nuestro Señor se postró sobre su rostro ante el Padre celestial tan grandioso, con mayor razón nosotros, siendo pecadores, deberíamos postrarnos sobre nuestro rostro ante el Padre celestial al orar. De hecho todavía me doy cuenta de que estoy lejos de la humildad de Jesús al observar mi vida de oración. Aunque tengo agonía y debilidad, me es muy costoso rendirme ante Dios, tratando más bien de guardarlo en mí mismo, sin compartir mi agonía con nadie, ni siquiera con Dios en oración. Al orar me gusta sentarme cómodamente en lugar de postrarme sobre mi rostro. Por esta razón en mi vida cristiana, no se revela la gracia y el poder de Dios con constancia. Siendo siervos de Dios siempre es necesario que tengamos la actitud humilde al acercarnos al trono de Dios en oración. (iii) Jesús ora con persistencia (40, 41, 42a, 43, 44a) Jesús oró con el mismo título de oración repetidamente. “Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo (42a)… Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez (44a)”. Esto no es una vana repetición como aquellos gentiles acostumbraban al orar, sino que es una oración intensa y persistente. Es la expresión de concentración a la oración. Como sabemos, en la Biblia, el Señor enseñó en muchas partes la oración persistente. Un buen ejemplo es la parábola de una viuda que pide ante un juez injusto la justicia con persistencia (Lu 18:1-8). Si Jesús oró de esta manera tan persistente, con mayor razón deberíamos orar intensamente sin desanimarnos. De hecho muchos títulos de la oración no son contestados por la falta de persistencia. Muchas veces nos pasa así: Una y otra vez oramos y nada más, y luego nos olvidamos de lo que habíamos orado. Esto muestra la falta de sinceridad en la oración y de deseo espiritual. Por lo tanto la Biblia nos exhorta a orar con fervor así como un bebé anhela la leche de su madre. Si uno conoce su estado espiritual tan débil y caído, no podría estar tranquilo, sino que clamaría con todo fervor al Dios misericordioso pidiendo su ayuda. De hecho estoy durmiendo espiritualmente como aquellos discípulos que dormían mientras Jesús oraba intensamente. Ser un hombre de oración no es cuestión de un día sino que se va dando a través de la práctica diaria. Al decir verdad, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Pero esto no puede ser nuestra excusa. Si siempre estamos así, repitiendo estas mismas palabras, viviendo en un estado de estancamiento espiritual, el Señor no se agradaría de nosotros. Necesitamos orar mucho por el avivamiento espiritual del culto dominical. Oremos para que de veras sintamos la presencia y la gloria de Dios a través del culto. II. El contenido de la oración de Jesús (39b, 42b, 44b) Muchos cristianos oran a Dios, pero no reciben la respuesta porque les falta sinceridad y persistencia. Cuando alguien ora con toda sinceridad y persistencia, puede recibir la respuesta, pero hay que tener en cuenta esto: No siempre es contestada la oración sincera y persistente. En este caso, habría que examinar el contenido de su oración para saber si es según la voluntad de Dios o no. La epístola de Santiago dice así: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Stg 4:3)”. Entonces, ahora veamos el contenido de la oración de Jesús: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (39b)… Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad (42b)… diciendo las mismas palabras (44b)”. Era una lucha fuerte consigo mismo. El sabía cuál era la voluntad del Padre. Su cabeza la entendía, pero no podía aceptarla de corazón. Jesús sabía lo que le esperaba, y por qué. Con todo, su batalla fue más intensa, que cualquier otra batalla anterior. Él oró que, si era posible, la copa pasara de Él. Pero también mostró su perfecta voluntad de llevar la carga de sus sufrimientos. Estaba dispuesto a someterse a la voluntad del Padre para nuestra redención y salvación, al decir: “pero no sea como yo quiero, sino como tú”, “hágase tu voluntad”. Aquí una cosa notable es que Jesús nunca dudó del amor del Padre. Aun en esta situación tan adversa en que todos lo abandonarían incluso su Padre mismo, seguía confiando en el Padre amoroso al orar diciendo: “Padre mío”. “¡Abbá! ¡Padre!” (Mc 14, 36a). Sabemos bien que la palabra aramea Abbá es la que utilizaba el niño para dirigirse a su papá, y, por lo tanto, expresa la relación de Jesús con Dios Padre, una relación de ternura, de afecto, de confianza. Además de esto vemos su humanidad tan transparente en el contenido de su oración. “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (39b)”. Al pensar humanamente, al orar así, Jesús tenía toda razón porque ahora estaba pasando por una vida más vigorosa teniendo 33 años de edad. (Entre nosotros ¿quién tiene 33 años de edad?) ¡Quién querería morir a esa edad con un futuro prometedor! Es siempre lamentable y triste escuchar morir a los jóvenes por algún accidente o enfermedad. Además de esto la copa amarga que Jesús iba a tomar era diferente de las copas amargas que cualquier hombre podría tomar. Él debería llevar la carga del pecado del mundo siendo el cordero de Dios. Él debería llevar todos nuestros pecados de la impiedad y la injusticia sobre su hombro. Él sabía que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado porque este era el único camino de salvación que el Padre había establecido, satisfaciendo así, la justicia de Dios y a la vez, salvando a la humanidad pecaminosa. Esta verdad es tan profunda que va más allá de toda explicación. Somos salvos por la gracia de Dios en Cristo Jesús. Ya no hay nada que hacer para ser salvos de nuestra parte, porque Cristo Jesús completó la obra salvadora al tomar esa copa amarga. Cuando él oró en Getsemaní, oró por sus discípulos y por nosotros también. Él estaba dispuesto a llevar toda carga del pecado al orar de esa manera. Un escritor escribió una poesía así: “Quien con gran angustia en huerto, sí por ti oró, él la copa bebe fiel de toda tu ansiedad. Hoy, ayer y por los siglos Cristo es siempre fiel; cambios hay, mas Cristo siempre permanece fiel…” Entonces ¿qué significado tendrá esa copa amarga para nosotros los cristianos? Es la copa de la misión. Es la dulce copa de compartir la buena noticia de Cristo con el mundo. Es la copa llena de bendición para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1Pe 2:9b). A través de la oración de Jesús en Getsemaní, hemos aprendido qué importante es orar conforme a la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros tendría títulos de oración con carácter de urgencia. Los que están enfermos, orarían por la sanidad; los que tienen problema de trabajo, orarían para conseguir un buen trabajo. Los estudiantes orarían por sacar una buena nota, etc. Cada vez que hay exámenes de ingreso a una buena universidad, tanto los estudiantes como los padres oran con mucho fervor (en el caso de Corea). Pero aquí la oración de Jesús nos corrige para que podamos orar de una manera verdadera. El propósito de la oración consiste en glorificar a Dios. Al orar es recomendable comenzar derramando nuestra angustia y deseo, por más humano que sean, pero terminar la oración aceptando la voluntad de Dios, aunque vaya en contra de nuestra propia voluntad, diciendo: “Se haga tu voluntad”. ¿Qué se necesita para poder decir: “Hágase tu voluntad”. Se necesita confianza en los planes de Dios, oración y obediencia en cada paso del camino. III. El resultado de la oración de Jesús (45,46) A medida que Jesús oraba con el mismo título, se fortalecía más y más en su espíritu. Después de orar por tercera vez, vino a sus discípulos que seguían durmiendo, y les dijo: “Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega (45,46). Aquí vemos el resultado de la oración de Jesús. Él comenzó a orar con gran angustia y tristeza, pero la terminó con sentido de victoria. Se fortaleció en gran manera, ya que estaba dispuesto a enfrentarse con cualquier adversidad. Seguramente su rostro brillaba y su actitud era como la de un gran general que iba delante hacia el campo de batalla. Cuando el Señor oró, la situación no cambió, pero sí su corazón. Esa es la eficacia de la oración. Es la bendición más grande que uno puede recibir al orar. Entre las cosas más difíciles, el cambio del corazón es la más difícil. Es como tener que mover montañas. Mucha gente de hoy está encerrada en su propio mundo, con pensamientos negativos del cual no puede salir con su propia fuerza. Aun así muchos cristianos oran para que la circunstancia cambie al no saber el verdadero problema que tienen. Aquí el Señor nos está mostrando cómo se debe luchar consigo mismo contra su propio pensamiento humano en oración. Es una lucha fuerte. Sin oración o sin la ayuda del Espíritu Santo es imposible cambiar nuestra manera de pensar o nuestra escala de valores espirituales. Durante mucho tiempo, yo sufría mucho por mi vista muy negativa hacia todas las cosas, especialmente hacia mi mismo. Me sentía inhibido ante los hombres grandes, altos y guapos considerándome como una langosta ante ellos como los israelitas lo sintieron ante los gigantes de Canaán. Pero el Señor me iba fortaleciendo en mi hombre interior por su gracia para vencer todo mi complejo de inferioridad. Además de esto, yo tenía una vista negativa hacia esta obra que sirvo, la obra de CMI, viendo que los 30 años de la obra en Buenos Aires resultaron en pocos frutos en mi vida, pensando que había gastado mi tiempo y vida en vano, lamentándome por ello. Ahora me doy cuenta que yo tenía mucha auto confianza en mi mismo y no oraba de una manera auténtica. Alguien que no ora conforme a la manera que Jesús oró, no puede esperar glorificar a Dios, siendo un pecado grave. La lucha que Jacob tuvo a la orilla del río Jaboc pasando la noche y con un ángel de Dios es lo que necesitamos. Cuando Jacob triunfó en oración, su corazón y vista hacia su hermano Esaú cambió, a quién antes tenía mucho miedo, viéndolo ahora como un ángel de Dios. Esto muestra que su corazón había cambiado primero antes que cambiara la actitud de su hermano Esaú. Ahora no es tiempo de dormir. El Señor nos exhorta y nos reprende diciendo: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (40b, 41). Hermanos y hermanas amados, oremos como Jesús oró y levantémonos del estancamiento espiritual y glorifiquemos a Dios obrando por la fe. Conclusión: Hoy hemos aprendido la oración de Jesús, nuestro Señor, en Getsemaní. Jesús compartió su agonía con sus discípulos. Él oró humildemente postrándose sobre su rostro ante el Padre. Él oró con persistencia hasta que su oración fue contestada de una manera auténtica. Jesús oró diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Al terminar de orar Jesús fue fortalecido en su interior y salió victorioso, lo cual demostraba la eficacia de la oración. Seamos practicantes de la palabra de hoy. ¡Que el Señor revele su gloria a través de sus siervos que oran de una manera verdadera como la palabra de hoy enseña!

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