lunes, 27 de agosto de 2012

Sermón 3 - La carrera de la fe

LA CARRERA DE LA FE

Hebreos 12:1,2

1Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
2puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Nosotros, los cristianos de hoy, si bien estamos viviendo en un mundo aparentemente sin persecuciones tan fuertes como era en esa época primitiva, la realidad es que vivimos rodeados de muchas tentaciones y dificultades. No es fácil luchar contra la corriente pecaminosa del mundo. En el camino de la fe, muchos se cansan y se desaniman. Por eso quisiera que a través de la palabra de hoy, recibamos ánimo y exhortación para seguir adelante hasta que lleguemos a la meta final de nuestra carrera de la fe, la cual es llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef 4:13), más que nada, hasta que entremos en el reino celestial. En la palabra de hoy, el escritor nos da cuatro consejos para que podamos llegar a la meta final de nuestra carrera de la fe.

  1. Recordar que tenemos tan grande nube de testigos
  2. Despojarnos de todo peso y del pecado
  3. Correr con paciencia
  4. Poner nuestros ojos en Jesús
I. Recordar que tenemos tan grande nube de testigos (1a)
Todos los deportistas conocen la fuerza que le dan sus hinchas (fans). Es así que el corredor se anima y se levanta del desánimo y del cansancio al escuchar el grito animador de sus hinchas. Y si además sus hinchas son expertos en la carrera, el corredor se anima aun más todavía. Por eso es que generalmente, se elige el técnico del equipo entre los más expertos. Pasa lo mismo con nuestra carrera de fe. Si vemos a los héroes de la fe que caminaron delante de nosotros, nos animamos y nos fortalecemos en la fe. Miren el versículo 1a: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos,…”.

¿Quiénes son esa “tan grande nube de testigos? Podemos verlos en el capítulo 11, el capítulo de la fe, que entran en escena muchos héroes de la fe. El primer hombre de fe es Abel. Por la fe él ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, y por eso Dios lo declaró justo y le aceptó sus ofrendas. Así que, aunque Abel está muerto, (el primer mártir) sigue hablando por medio de su fe.

Otro hombre de fe es Enoc. Por la fe él fue llevado en vida para no ver muerte, y no fue hallado, porque Dios se lo había llevado. Y la Escritura dice que, antes de ser llevado, Enoc había agradado a Dios (He 11:4,5). Su fe nos da una viva esperanza en el reino de Dios.

Cuando la maldad de los hombres era mucha en la tierra, Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé. Por la fe, él, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, obedeció y construyó el arca para salvar a su familia. Por esa misma fe, Noé condenó a la gente del mundo y alcanzó la salvación que se obtiene por la fe. Noé nos anima mucho a andar con Dios aun en medio de la generación impía construyendo el arca de la salvación.

Entre todos los héroes de la fe, Abraham es uno de los mayores. Cuando Dios lo llamó, salió de Ur de Caldea en obediencia a Dios sin saber a dónde iba. Su aventura de fe anima a muchos que quieren empezar su vida de fe. Me animó también a mi (así como a todos los misioneros) cuando decidí salir de mi tierra para ser misionero en Argentina. La gran fe de Abraham se ve claramente en su actitud de haber esperado 25 años para recibir al hijo prometido y luego estar dispuesto a sacrificarlo a su único hijo, Isaac, en obediencia a la palabra de Dios.

Otro gran ejemplo es Moisés. Él podría haber llevado una vida cómoda en el palacio como hijo de la hija del faraón. Pero escogió antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado. Guió al pueblo de Dios en el desierto con humildad y con mucha paciencia durante 40 años aun ante la repetida rebeldía de su pueblo. Viviendo en una época en que todo el mundo busca placeres y comodidad, la fe de Moisés nos da un buen ejemplo de la vida cristiana.

No sólo ellos, sino que también hay numerosos héroes de fe más, como Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, así como Samuel y los profetas; a lo largo de la historia de la iglesia como Pablo, San Agustín, Martín Lutero, Juan Wesley, etc. Y asi tambien, hoy en día hay siervos fieles de Dios que están trabajando fielmente. Para hablar de todos los héroes de la fe me faltaría el tiempo.

Los testigos de la fe nos animan a vivir como ellos y nos garantizan la victoria final si seguimos sus pasos. Los testigos no son meros espectadores, sino que son los que, a través de sus vidas, dan testimonio de la victoria de la fe. Así como el corredor corre hacia la meta esperando obtener la medalla de oro, también nosotros corremos en la carrera de la fe esperando la victoria final por la que recibiremos la corona de la vida. Entonces, la cuestión es cómo obtener la victoria final en medio de una larga carrera en la que hay muchos obstáculos.

II. Despojarnos de todo peso y del pecado (1b)
¿Qué dice el versículo 1b? “despojémonos de todo peso y del pecado...” Su exhortación es razonable. ¿Habrá algún corredor, que corra con cargas en la espalda? Los corredores hacen todo lo posible para disminuir su peso. No comen comidas pesadas, hacen ejercicio tratando de bajar de peso, y se cortan el pelo bien corto para evitar la resistencia del viento. Su ropa es muy simple y liviana. Usan las zapatillas más livianas y modernas para correr más cómodamente. De igual manera, nosotros somos los corredores de la carrera de la fe que es muchisimo más larga y difícil que una maratón. Entonces, es lógico que nos despojemos de todo nuestro peso y del pecado.

Entonces, ¿qué clase de cargas tenemos? Hay muchas. Una de ellas es la preocupación. Nosotros estamos viviendo en un mundo lleno de problemas, para dar un ejemplo: el aumento de los alquileres y los gastos de la vida son un problemon para todos. Como todos sabemos, ya nos aumentaron al doble las tarifas de los boletos del subte. Más adelante subirán también las de trén y colectivo. A los estudiantes los exámenes les causan estrés. Y en medio de todo esto, no es facil vivir sin preocuparnos. Muchos se preocupan tambien por su salud. La preocupación es como una espina que impide nuestro crecimiento espiritual. Nos quita energía.

Pero hay que saber esto: La situación no cambia por preocuparnos. Por eso nuestro Señor Jesucristo nos aconseja, diciendo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt 6:31-33).

Si nos libramos de la preocupación, nos espera otro problema que es la avaricia. El hombre tiene la tendencia de no satisfacerse con lo que tiene. Aunque obtenga más y más, su corazón no termina de llenarse. Además el amor a las riquezas es la raíz de todos los males. Si las amamos más que a Dios, no podemos correr hacia la meta que está delante. Necesitamos aprender a contentarnos con lo que tenemos dando gracias a Dios en todo. Si no codiciamos, podemos llevar una vida libre, no esclavizada. Una verdad es que las cosas que no codiciamos no tienen valor para nosotros aunque el mundo les dé mucho valor.

En la carrera de la fe, otro obstáculo es el pecado. Generalmente la pereza espiritual es la puerta por donde entra el pecado. Querer vivir cómodamente es permitir que el pecado se haga fuerte en nuestra vida. Miren, ¿cuándo el rey David cayó en el pecado de adulterio? Fue cuando todas las cosas le iban bien, y cuando se levantó muy tarde de su cama. Debemos saber que nuestra lucha no es contra sangre y carne sino contra el pecado.

Así, en nuestra vida y delante de nosotros, hay varios obstáculos. Entonces ¿qué actitud debemos tener ante ellos? Necesitamos traer todo peso y pecado ante la cruz de Cristo, confesarlo ante él y arrepentirnos, y tener la convicción del perdón del pecado. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1:9).” 

“¡Oh que amigo nos es Cristo! Él llevó nuestro dolor, y nos manda que llevemos todo a Dios en oración. ¿Vive el hombre desprovisto de paz, gozo y santo amor? Esto es porque no llevamos todo a Dios en oración.” (Himno 409)

Además de esto es necesario que tomemos una decisión firme de no volver atrás y de luchar contra el pecado hasta estar dispuesto a derramar la sangre, y seguir la guía del Espíritu Santo diariamente.

Entonces hay que saber esto. En la carrera de la fe, además de despojarse de todo peso y del pecado hay algo más importante y necesario. ¿Qué es?

III. Correr con paciencia (1c)
El versículo 1c dice: “y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” ¿Qué es la paciencia? Es más que soportar pasivamente. Es participar en el sufrimiento activamente; es el coraje con el que atravesamos la dificultad. Aun en el mundo, los que alcanzan el éxito son aquellos que tienen paciencia. Kelvin Culiri dijo: “En este mundo hay muchas personas que tienen talento y no alcanzan el éxito. Muchos han recibido una buena educación, pero no tienen éxito. Hay gente que vive con un coraje extraordinario, pero no alcanza el éxito. ¿Por qué? Porque les falta paciencia”.

No hay otro elemento más grande que la paciencia para tener éxito. El poder de la paciencia vence aun la fuerza de la naturaleza (dicho de Rockefeller dijo).

A veces la vida cristiana se compara a una maratón. Como todos saben los juegos olímpicos terminan con la maratón (Este año se juegan los juegos olímpicos en Londres). Entre todos los juegos, este es con el que se prueba hasta qué punto el hombre puede prevalecer sobre su limitación humana. Para un corredor de maratón, el requisito principal es la paciencia. Se deben correr 42,195 km en total. En esta carrera, se dice que el punto más difícil de superar es el que se encuentra entre los 30 a 35 km. Se lo llama la pared del diablo. En este momento el corredor debe luchar consigo mismo con más fuerza, ya que en este punto es más fácil dejar de correr vencido por su limitación humana que seguir corriendo. Por eso muchos abandonan aquí la carrera. Todos comienzan bien con la gran expectativa de ganar un premio, pero pocos llegan a la final.

Generalmente el hombre pecador tiene la tendencia de buscar la comodidad y lo que es fácil. Si dejamos que nuestro deseo humano nos guíe, ¿a dónde llegaremos? Con el tiempo, el primer amor hacia el Señor se va enfriando, y nuestro corazón se endurece y finalmente uno termina alejandose de Dios y se va al mundo. Pero Dios no se agrada de esta vida tibia y sin compromiso. Si retrocedemos en la carrera de la fe, seremos los más desdichados del mundo. ¡Ojalá no ocurra esto en nuestras vidas!

Por lo tanto debemos arrepentirnos de nuestra pereza espiritual y levantarnos de ella para seguir adelante, luchando contra la corriente fuerte del pecado. Con paciencia tendremos la victoria. Es necesario que nuestro hombre interior sea fortalecido por la meditación de la palabra de Dios y la oración, más que nada por la obra del Espíritu Santo. Lo que necesitamos es la fuerza interior con la que podamos atravesar los obstáculos.

Más que nunca, debemos aprender a esperar con paciencia. Esperamos muchas cosas, ¿no? Esperamos que la obra de Dios florezca. Para esto esperamos que cada grupo celular se multiplique; cada miembro crezca y madure espiritualmente, y pronto lleguemos a mudarnos a un lugar más espacioso. Tambien esperamos que Dios forme varias iglesias hogareñas este año. Los hermanos que no tienen trabajo aguardan un buen trabajo; Los hermaqnos comerciantes esperan que su negocio prospere en la bendición de Dios. Los enfermos aguardan la buena salud; esperamos que nuestros hijos crezcan bien en todo; esperamos que nuestra vida económica mejore. Esperar con paciencia es una parte del plan de Dios.

La paciencia es uno de los frutos del Espíritu Santo. Nadie es paciente por naturaleza. Ella se forma a través de una larga disciplina de Dios en el desierto. Nosotros aprendemos la paciencia a través de esperar. Al ver la lista de los héroes de la fe, está llena de hombres que esperaban con paciencia. Por ejemplo: José tuvo el sueño de ser jefe entre sus hermanos. Pero él debió padecer mucho sufrimiento durante 13 años hasta que se cumpliera su sueño. Cuando Moisés era un joven lleno de vigor, mató a un egipcio que maltrató a un israelita por lo que deb huir de la presencia de Faraón y llevar una vida fugitiva en el desierto durante 40 años cuidando de las ovejas de su suegro. Dios lo disciplinó así para que fuera un hombre paciente y manso que luego seria usado como un libertador de su pueblo aguantando su rebeldía y terquedad.

Job esperó en Dios aun después de perder todo lo que tenía. Él confiesa así: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré (Job 13:15a).” Aunque David recibió la promesa de Dios para ser rey de Israel, esperó muchos años siendo perseguido por Saúl. El apóstol Pablo esperó en la cárcel su liberación escribiendo cartas, las cuales llegaron a ser parte de la Biblia. Nuestro Dios esperó mucho tiempo hasta que se cumpliese el tiempo de enviar a su Hijo. Así nuestra fe en la soberanía de Dios se prueba en el horno de la espera. Dios no quiere que esperemos con fatalidad o con preocupación, sino que quiere que confesemos que Dios es el Soberano de nuestra vida a través de la espera y tengamos plena fe en él.

El apóstol Santiago nos exhorta diciendo: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía (Stg 5:7).” 

IV. Poner nuestros ojos en Jesús (2)
Entonces ¿cuál es la meta hacia la cual corremos? Veamos el versículo 2: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Para obtener la gracia y la fortaleza para vencer cada dificultad y soportar hasta el fin, un requisito más necesario es poner nuestros ojos en Jesús. Es peligroso apartar los ojos de Jesús aunque sea por un momento, como le sucedió a Pedro cuando intentó caminar sobre las agitadas olas del mar de Galilea (Mt 14: 24-32).

Pedro andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo:¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Mantener "puestos los ojos en Jesús" es sostener una relación continua con Aquel que es la fuente de todo poder, con Aquel que puede fortalecernos para que resistamos y triunfemos. Nuestra meta es Jesucristo. Debemos imitarlo y aprender de él. Entonces, ¿quién es Jesús en quien debemos poner nuestros ojos?

Jesús es el fundador y precursor de la fe. Él abrió el camino de la fe en un mundo lleno de confusión, desorden, legalismo e hipocresía. Él caminó delante de nosotros, dándonos el ejemplo de la vida de fe para que lo sigamos. Él abrió este camino a través de morir en la cruz por el pecado del mundo y resucitar de la muerte. Ahora él está sentado a la diestra del Dios Padre todopoderoso e intercede por nosotros como nuestro abogado. Además envió al Espíritu Santo, el Consolador, el cual habita en los corazones de los creyentes. Nuestra fe comenzó en él y se completa por él. Por eso es necesario que pongamos nuestros ojos en él sin cesar y dependamos de él en todo momento. 

Si ponemos nuestra mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, él nos dará nueva vista hacia el mundo y nos revistira del poder del Espíritu Santo. Nos dara sabiduría y pureza para vencer al mundo. Entonces saldremos más que vencedores. Al contemplar a Cristo, él hara milagros en nuestras vidas.

Veamos el versículo 2b: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. La vida de Jesús nos muestra el camino de la vida que es el camino de la cruz. El mundo nos ofrece un camino fácil y de vanagloria. Pero Jesús rechazó todo lo que el diablo le ofreció en el desierto después de ayunar 40 días. Él tomó el camino de la cruz y murió en la cruz. Y resucitó al tercer día venciendo el poder de la muerte. Ahora está sentado a la diestra del Padre todopoderoso.

La vida de nuestro Señor Jesucristo nos exhorta a imitarlo. Él nos invita a seguirlo como sus discípulos. Él nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr 8:34,35).

No hay otro camino sino el camino que ofrece Cristo, que nos conduce a la vida eterna. El camino que nos ofrece Cristo es diferente al camino que el diablo nos ofrece. Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 6:13,14).

En el camino ancho del mundo no hay vida. Por eso tomamos el camino que nos ofrece Cristo sabiendo que este es el único camino que nos lleva a la vida eterna y al reino de Dios. Aunque en este camino haya muchas dificultades, debemos seguir caminando en él.

Conclusión: Alrededor nuestro hay tan gran nube de testigos que nos animan. Despojémonos de todo peso y del pecado, corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos nuestros ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Crezcamos hasta llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Esperamos que este año sea un año de ricas y grandes bendiciones de parte de nuestro Dios. Dicho de otra manera, tengamos éxitos en la vida en todo lo que hagamos. Triunfemos y luchemos para obtener la gran victoria final hasta que venga Cristo otra vez al mundo.

                                                                       Predicado en el día 8 de Enero 2012






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