martes, 17 de diciembre de 2013

Sermón 15 - El vino nuevo en odres nuevos

EL VINO NUEVO EN ODRES NUEVOS San Mateo 9:14-17 (V.C. 9:17b) 14 Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? 15 Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. 16 Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. 17 Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente. Jesús vino al mundo para traer el reino de Dios a los hombres. El mensaje principal de Jesús es el reino de Dios y él nos invita a entrar en su reino. Su primer mensaje es esto: “Arrepentíos porque el reino de Dios se ha acercado.” De hecho el problema es que el reino de Dios no se ve y no se puede captarlo con la mente humana. Por eso Jesús a fin de mostrar cómo es el reino de Dios usó las parábolas. En la palabra de hoy Jesús de nuevo usa las parábolas para mostrarnos cómo es el reino de Dios y quiénes son aptos para entrar en el mismo. Hoy Jesús ante la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista sobre el ayuno, usa las dos parábolas, o sea, la parábola del paño nuevo y el vestido viejo, y la parábola del vino nuevo en odres nuevos, las cuales muestran muy bien sobre el carácter del reino de Dios. El mensaje de hoy se desarrolla de la siguiente forma: en la primera parte, veremos el problema de la mente cerrada caracterizada por la palabra “el vestido viejo y el odre viejo”, en donde no pueden caber las nuevas enseñanzas de Jesús; y en la segunda parte, pensaremos en el poder del reino de Dios y la importancia de nuestra actitud ante el mismo, caracterizados con la palabra “el paño nuevo y el vino nuevo en odres nuevos”. Pido que el Espíritu Santo ilumine nuestra mente y corazón para poder entender la palabra de hoy, y que nos bendiga para que seamos aptos para entrar en el reino de Dios, y así gozar de la riqueza espiritual a través de la renovación de nuestra mente, alma y espíritu. I. El vestido viejo y los odres viejos (14, 16-17a) Los discípulos de Juan vinieron a Jesús y le hicieron una pregunta diciendo: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?” Aquí los discípulos de Juan el Bautista presenta ante Jesús con el problema del ayuno. En aquel tiempo Juan estaba encarcelado. Esto nos hace pensar en la vida de sus discípulos. Ellos habrían orado mucho con el ayuno por la liberación de su maestro. Sí eso es cierto porque le dicen a Jesús: “nosotros y los fariseos ayunamos mucho.” (Y el burro adelante para que no se espante). Seguramente al decir así significa que ellos ayunaban mucho más que los fariseos. Al pensar en la vida de su maestro Juan, que vivía en el desierto comiendo langostas y miel, vestido de pelo de camello, podemos imaginar la vida de ellos que siguieron su ejemplo. En aquel tiempo, los religiosos trataron de mostrar su religiosidad a través del ayuno. De hecho el ayuno es provechoso en el sentido tanto espiritual como físico. El ayuno fue establecido por la ley de Dios. Según el libro de Moisés Dios ordenó a su pueblo que ayunaran una vez por año, en el día de la expiación, es decir, el día del perdón a fin de que ellos confesaran sus pecados y sean perdonados. Por eso es bueno ayunar para acercarse más a Dios. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, los israelitas además de ayunar en el día del perdón, fueron añadiendo más días de ayuno. Al regresar de su cautiverio babilónico, ayunaban cuatro veces por año (Zac 8:19). Luego en la época de Jesús, los fariseos ayunaban dos veces por semana, los lunes y los jueves (Lc 18:12). Pero el problema fue que con el tiempo, el espíritu del ayuno fue debilitándose y desviándose tanto, que llegó a perder su sentido espiritual totalmente. Los fariseos, al ayunar lo hacían para que la gente los vea, los considere como hombres muy religiosos y los admire. Por eso Jesús les advertía a sus discípulos diciendo: “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa (Mt 6:16).” Para los fariseos, el estilo de vida de Jesús y sus discípulos era algo repugnante. Y así también ante los ojos de los discípulos de Juan, se veían como algo extraño; ya que Jesús y sus discípulos no ayunaban, más bien comían y bebían. Especialmente en la casa del publicano Mateo, deben haber comido y bebido demasiado, y sin lavarse las manos. Este estilo de vida era fuera de lo común para los religiosos, quienes llevaban una vida solemne y austera. Sí esto es bueno con tal de que hay contenido. La reverencia a Dios se prueba por la apariencia. La fe sin hechos está muerta. Pero hay que saber que la buena apariencia no se prueba siempre la piedad. Se puede haber la buena apariencia sin la piedad como el apóstol Pablo nos advierte diciendo: “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita (2Ti 3:5).” Se refería justamente a los fariseos. Jesús primero compara esta clase de gente al vestido viejo, diciendo: “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura.” Esta frase se puede entender mejor, al conocer mejor la costumbre judía en la época de Jesús. En aquella época, no se había desarrollado la industria textil. Y generalmente las mujeres, fabricaban telas en la casa y cocían ropas con las manos con hilo y agujas. Y cuando las ropas se gastaban o se rasgaban, las remendaban con otra tela. Me acuerdo que esto pasaba también en mi país, en mi época de adolescente; la gente pobre sólo podía vestirse de ropas nuevas dos veces por año: cuando era fiesta de año nuevo y en la fiesta de la cosecha. Cuando los hermanos o las hermanas mayores crecían y ya no les quedaba bien sus ropas, se las pasaban a los hermanos y hermanas menores. Las madres solían remendar las ropas desgastadas y rasgadas, y así se las ponían a sus hijos. Al remendar no acostumbraban tomar un pedazo de tela nueva para coserlo a un traje viejo, porque no se uniría bien con el ropaje viejo y suave, sino que lo desgarraría aún más, y la rasgadura sería peor. Además de esto, Jesús da otro ejemplo del odre viejo. Para entenderlo mejor, es necesario saber la costumbre judía de aquella época. Cuando hubo fiesta ya antemano se preparaba el vino en la casa. En tiempos bíblicos el vino no se conservaba en botellas de vidrio sino en la piel de ovejas o cabras, de cuyas patas se cerraba con una costura y el cuello servía como la boca de una botella (ver foto). El problema es que el odre viejo se pierde la elasticidad con el tiempo, así que el vino nuevo que todavía está en el proceso de fermentación tiene fuerza tanto que rompe el odre viejo. Con estas dos parábolas Jesús muestra bien el problema de los judíos de aquella época, especialmente, el de los fariseos que rechazaba la nueva enseñanza de Jesús. Si bien los israelitas habían heredado muchas buenas tradiciones y costumbres de sus antepasados, el problema era que ellos habían perdido su espíritu y guardado solamente su cáscara. Y encima para colmo, se sentían autosuficientes y orgullosos por guardar su tradición y costumbre, sin importarles el contenido de las mismas, despreciando a los gentiles y aun a su propio pueblo que no guardaba la tradición judía. Esto puede ocurrir en nuestra vida de fe. Nuestra iglesia también tiene buenas tradiciones y costumbres. Todos sabemos la importancia de la palabra de Dios. Y por eso nos dedicamos mucho al estudio bíblico. Al levantarnos temprano, tenemos la costumbre de tener tiempo quieto, comiendo pan diario y orando. Estudiamos la Biblia en la reunión del grupo semanal. En la reunión de viernes compartimos los testimonios en base al mensaje dominical, etc. Pero en todo esto, también está el riesgo de correr hacia la superficialidad y la autosuficiencia. Donde abunda la palabra de Dios, allí también puede abundar la superficialidad y el orgullo. Acostumbrarnos a oír la palabra de Dios con superficialidad nos puede convertir en los fariseos de esta época. Hay que reconocer esto: La mente humana está contaminada y decaída por el pecado. Es verdad que nuestro instinto pecaminoso prefiere la comodidad a la incomodidad, la vida fácil a la vida difícil, la puerta ancha a la puerta estrecha, el camino ancho al camino angosto. Todos tenemos esta tendencia de acomodarnos a la situación, porque es fácil tener la mente cerrada y vivir en nuestro propio mundo y hasta tratar de aprisionarlo a Dios allí. Se puede decir que todas las clases de sectas religiosas son productos de una mente cerrada, caracterizada por vestidos y odres viejos. Hay un dicho generalizado en nuestra época que dice: El mundo cambia, pero la iglesia no cambia. Este dicho tiene dos sentidos, uno es positivo, el otro es negativo. En el sentido positivo la iglesia trata de guardar la doctrina sana en medio de la tormenta de las falsas doctrinas. En el sentido negativo, la iglesia es demasiado estricta y antigua ante la corriente de la cultura. Persisten en su costumbre y tradición. Tapan sus oídos ante el clamor de la gente. Quizá por esta razón muchos jóvenes de hoy se apartan de la iglesia. Es necesario guardar la sana doctrina cristiana y a la vez es necesario cambiar la forma y el sistema de la iglesia. Por eso hoy en día hay movimientos de renovar el estilo del culto, entre los cuales uno se llama el culto abierto, donde se pueden acercar más jóvenes. En este sentido, pienso que nuestra iglesia está bastante abierta. Pero hay que tener mucho discernimiento espiritual. Entonces la gran pregunta es: ¿cómo solucionar el problema de la mente cerrada y vivir como dignos discípulos de Jesús? II. El paño nuevo y el vino nuevo en odres nuevos (15, 17b) Cuando los discípulos de Juan le preguntaron a Jesús sobre el ayuno, Jesús les contestó diciendo: “¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.” Esta palabra de Jesús muestra muy bien el carácter del reino de Dios y la vida de los cristianos. Aquí Jesús compara el reino de Dios a las bodas donde hay alegría y gozo. Jesús es el Novio y los cristianos son sus novias. Si tenemos la presencia de Jesús en nuestra vida tenemos motivos para estar alegres. A pesar de los problemas y las dificultades que enfrentamos cada día, no hay motivo para el desánimo, la desesperanza, la tristeza, si nos mantenemos cerca del Novio, cerca de Aquel que viene a iluminarnos con su amor. Al ver San Juan 2: 1-11 Jesús convirtió el agua en vino en las bodas de Caná. Sería ridículo estar triste en las bodas. Los cristianos estando junto con su Novio Jesús en las bodas, debemos estar llenos de alegría. La llegada del reino de los cielos es como una fiesta de bodas en el que Jesús es el esposo. Sus discípulos, por esta razón, debían regocijarse y no tenían por qué estar de luto: el novio estaba presente. Pero esto no quiere decir que los cristianos son siempre alegres en cualquier momento o la situación. Sí hay tiempos de ayunar y estar triste cuando el Novio les será quitado. En otra palabra Jesús no niega la necesidad del ayuno. Cuando pecamos o caímos en la tentación del diablo, es tiempo de ayunar para que nos arrepintamos y nos volvamos a Dios quien tiene suficiente poder para salvarnos y perdonar nuestros pecados. Por eso el ayuno tiene significado en este sentido y es verdadero. El cristianismo trasciende la costumbre, el legalismo y la tradición. Es más que todas estas cosas. No se trata de una simple religión, sino de la vida misma porque Jesús es la vida. Dondequiera que esté Jesús allí habrá vida abundante. Porque para eso vino al mundo, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia, y para darnos su reino donde hay abundante vida, poder y paz. Es por eso que el reino de Dios se compara al paño nuevo y el vino nuevo, que tienen elasticidad y poder. Los cristianos ya no viven en la atmósfera de las reglas o tradición sino en la atmósfera de la gracia. Ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los cuales viven conforme al Espíritu no conforme a la ley. Al pensar en las riquezas espirituales recibidas en Cristo Jesús, no podemos menos de maravillarnos por su inmenso amor. La vida cristiana es la secuencia de conocer el amor de Cristo más y más y experimentar el poder de la resurrección cada día en nuestra vida real. Jesús es el vino nuevo. Pero hay que saber esto: el vino nuevo se debe echar en odres nuevos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama. Todos los cristianos sí o sí deben ser odres nuevos para que Jesús, el vino nuevo, pueda habitar. Entonces la gran pregunta es: ¿cómo ser odres nuevos? Es la cuestión. (i) Es necesario mantener la elasticidad del corazón a través del arrepentimiento constante Todas las cosas materiales se desgastan con el tiempo. Los vestidos nuevos se vuelven viejos y pierden su color y calidad. Los odres nuevos que tienen elasticidad al principio, la pierden con el tiempo y ya no puede caber el vino nuevo. Y así este principio, se puede aplicar al corazón del hombre. Es difícil mantener el primer amor. Antes de casarse, los novios se tienen mucho amor porque están super enamorados, re locos el uno por el otro, extrañándose a toda hora, mandándose mensajitos a toda hora, etc. Pero muchos matrimonios de años confiesan que ya no tienen ese primer amor y viven porque no les queda otra. Esto también puede suceder en relación con Jesús, nuestro Novio. Un buen ejemplo es la iglesia de Éfeso. Los cristianos de allí trabajaron mucho. El Señor reconoce su ardo trabajo y paciencia. Pero los reprende diciendo: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido (Ap 2:4,5).” Todos nosotros por causa de nuestra debilidad, instinto pecador y la tentación del diablo, tenemos experiencia de habernos apartado del amor de Cristo. A menudo resultamos peor que los cristianos de Éfeso, porque ellos por lo menos trabajaban mucho en la obra del Señor, mientras que nosotros muchas veces no trabajamos ni queremos comprometernos con algún cargo en la iglesia. Ser líder resulta una carga pesada; escuchar el mensaje y miramos el reloj para ver cuánto falta para que se termine porque parece aburrido; llevar una vida religiosa por costumbre; saber mucho pero no ponerlo en práctica; ser unos santos dentro de la iglesia, pero en casa o afuera todo lo contrario. Todas estas cosas son señales de odres viejos. Esto puede pasarnos en nuestra carrera de fe, no importando cuántos años de vida cristiana llevemos. Abraham, el gran hombre de fe, también había caído varias veces en estancamiento espiritual, pero sin embargo se levantó, lo cual nos consuela y nos da esperanzas. Si estamos en esta situación ¿qué quiere el Señor que hagamos? Es tiempo de auto examinación recordando de dónde hemos caído. Es tiempo de recobrar el primer amor arrepintiéndonos sinceramente. De la vida de Abraham aprendemos esto. Su gran mérito era el arrepentimiento pronto. Concretamente el arrepentimiento del corazón se muestra por el cambio del hecho. Si recobramos el primer amor, estaremos dispuestos a agradar al Señor en todas las actividades. Por ejemplo, pienso que cumplir el horario del culto no se puede lograr por la obligación. Pero sería fácil cumplirlo si recobramos el primer amor a Cristo. Aunque puede haber excepción, no cumplir el horario es la señal del estancamiento espiritual. Nosotros estamos orando por la mudanza de la iglesia a otro lugar más amplio y hermoso. Pero hay que saber esto, el cambio del ambiente no garantiza el avivamiento espiritual porque eso es el producto de nuestro arrepentimiento sincero y el cambio y la renovación de nuestros corazones. (ii) Es necesario mantener el poder a través de ser fortalecidos en la gracia de Dios a través de la oración constante Las cosas materiales no pierden solamente su calidad y color con el tiempo, sino que también pierden su poder. Los jóvenes hacen alarde de su poder físico. Los deportistas se ven fuertes y poderosos. Cuando yo era joven, había un boxeador de peso grave llamado Mujamad Ali, norteamericano. No hubo nadie que lo venciera. Cuando boxeaba él, todo el mundo lo veía en la tele. En la apertura de los juegos olímpicos en Londres el año 2012 estuvo allí ese boxeador Ali, y estaba sentado en una silla de rueda por no poder caminar bien. Los años le quitaron las fuerzas. Es cierto que no hay nadie que pueda prevalecer por los años. Con el tiempo envejecemos y perdemos la fuerza física. Pero gracias a Dios, en él encontramos el secreto de obtener nuevas fuerzas. Esta es la promesa del Señor. “28¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. 29El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. 30Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; 31pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán (Is 40:28-31).” La Biblia está llena de testimonios de que esta palabra de Dios es vigente en la vida de muchas personas. Moisés se mantuvo fuerte aun cuando llegó su muerte, teniendo aun 120 años de edad. Cuando Caleb a sus 85 años de edad, salió a conquistar la tierra prometida. De hecho para muchas personas esta clase de vida vigorosa no sería alcanzable. Pero hay otra promesa que dice: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día (2Co 4:16).” Podemos vivir como paño nuevo y odre nuevo, con elasticidad y poder. Podemos seguir creciendo fortalecidos en la gracia del Señor por el poder del Espíritu Santo. Por eso el apóstol Pablo ora por nosotros diciendo: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén (Ef 3: 14-21).” La oración constante guiado por el Espíritu Santo es el secreto de mantener el poder espiritual y ser el odre nuevo que cabe Jesús, el vino nuevo. Jesús habita en los corazones fortalecidos por el poder del Espíritu Santo y los usa en su obra de una manera maravillosa. Jesús vino a traer algo nuevo. No simplemente una enmienda sino una verdadera renovación. Y ello exige de los que quieran seguirlo estar abiertos al cambio, a la absoluta novedad que implica el mensaje de Jesús. Se nos pide estar dispuestos a renovarnos enteramente cada día, no pretender hacer composiciones y tratar de combinar lo nuevo que Jesús nos propone con nuestras viejas maneras de pensar. “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.”

Sermon 14- La oración de Jesús en Getsemaní

LA ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ Mateo 26:36-46 (V.C. 26:39) 36Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. 37Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. 38Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. 39Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. 40Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? 41Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. 42Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. 43Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. 44Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. 45Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. 46Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. En la vida pública de nuestro Señor Jesucristo, una cosa más notable fue su vida de oración. Él comenzaba el día con la oración de madrugada. Cuando debía elegir a sus doce discípulos, subió al monte y oró pasando toda la noche (Lc 6:12). Además muchas veces enseñó a sus discípulos vida de oración tanto en teoría como en práctica. Cuando ellos vinieron a Jesús para preguntarle cómo orar, les dijo sobre la oración “Padre nuestro”. Cuando los discípulos no pudieron expulsar al espíritu mudo y sordo que poseía a un muchacho, Jesús lo expulsó con autoridad y les enseñó diciendo: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno”. Hoy hemos llegado a la parte más importante de la vida de la oración de Jesús, la oración de Jesús en Getsemaní, en el momento más crucial de la vida del Señor. Aquí podemos ver su agonía, sus lágrimas, su dolor, su lucha espiritual para aceptar la voluntad del Padre, su coraje y su triunfo a través de la oración. En algún sentido este momento habría sido el momento más difícil de su vida. Cuando él luchó a través de la oración y obteniendo la victoria, debe haberse enfrentado con tranquilidad y coraje lo que le esperaba por delante, aun incluso, la muerte en la cruz por el pecado del mundo. El mensaje de hoy se desarrollará de la siguiente manera. Primero aprenderemos la actitud verdadera de la oración a través de la actitud de Jesús al orar, luego aprenderemos sobre el contenido de la oración, es decir, cuál debe ser el título de la oración, y por último aprenderemos el resultado de la oración, es decir, la eficacia de la misma. Pido que el Espíritu Santo revele la verdad y la riqueza abundante de la palabra de hoy y nos convierta en hombres y mujeres de oración. I. La actitud de la oración de Jesús (36 – 39a, 42a, 44a) Nuestra confesión cristiana consiste en que Jesús es el Dios encarnado (Jn 1:14). En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, dominios, principados, potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col 1:16). También confesamos que Jesús es el hombre perfecto. Él es humano como nosotros aunque sin pecado. En la palabra de hoy se ve muy claramente su humanidad al mostrar la parte más íntima de su corazón a sus discípulos y orar ante el Padre celestial. (i) Jesús comparte su agonía con los discípulos (36 – 38) Jesús, después de establecer su sangre del nuevo pacto con sus discípulos, fue al huerto de Getsemaní para orar, llevando a sus discípulos. Miren el versículo 36: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro”. Esto quiere decir que Jesús los consideró como colaboradores de la oración. Llevándolos allí, quiso que participaran en su oración, en su lucha espiritual, y así ser testigos de todo lo que estaba sucediendo, para dar testimonio de la vida de oración de Jesús, su Maestro. Especialmente Jesús tomó a Pedro, Juan y Jacobo, los tres discípulos principales, y comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. En cierta manera, el Señor les estaba revelando la parte más íntima de su corazón. Les expresó francamente lo que sentía, diciendo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo”. Esta actitud de Jesús es algo que está fuera de mi imaginación porque crecí en un ambiente basado en el machismo y el confucianismo donde se decían: “Los hombres no deben llorar, ni mostrar su íntimo corazón”. Cuando yo solía regresar a casa llorando por ser golpeado por los compañeros de la escuela, mi padre se sintió muy mal y me reprendió por ser tan cobarde y débil, y me reprendió diciendo: “El hombre no debe llorar”. Se dice que para un líder, mostrar la debilidad ante su pueblo es algo que nunca debe suceder. Pero Jesús, siendo el Hijo de Dios, reveló su corazón ante sus discípulos que aún eran muy inmaduros. Las palabras usadas por Jesús denotan el rechazo, asombro, angustia y horror mental más completos; el estado de alguien rodeado de penas, abrumado con miserias, y casi consumido por el terror y el desánimo. Si Jesús no hubiera mostrado su humanidad tan francamente, nosotros lo consideraríamos solamente como el Hijo de Dios que no puede compadecerse de nuestra debilidad, pero Él puede compadecerse de nuestra debilidad porque fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por causa de la angustia que Él sufrió, puede entender nuestro sufrimiento. Por lo tanto, el escritor de Hebreos nos exhorta diciendo: “acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He 4:16)”. (ii) Jesús ora humildemente (39a) Leamos el versículo 39a: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo…”. Su postura revela su humildad ante el Padre. Postrarse sobre su rostro es una forma de rendimiento total así como los súbditos se postran sobre su rostro ante el rey. Es verdad que la postura exterior a menudo es la expresión de su íntimo corazón. Cuánto más uno conoce la grandeza de Dios, más mostrará humildad tanto en postura como en palabras delante de Él. Cuánto más uno se conoce a sí mismo, tan débil y pecador, más humilde será ante Dios. Si nuestro Señor se postró sobre su rostro ante el Padre celestial tan grandioso, con mayor razón nosotros, siendo pecadores, deberíamos postrarnos sobre nuestro rostro ante el Padre celestial al orar. De hecho todavía me doy cuenta de que estoy lejos de la humildad de Jesús al observar mi vida de oración. Aunque tengo agonía y debilidad, me es muy costoso rendirme ante Dios, tratando más bien de guardarlo en mí mismo, sin compartir mi agonía con nadie, ni siquiera con Dios en oración. Al orar me gusta sentarme cómodamente en lugar de postrarme sobre mi rostro. Por esta razón en mi vida cristiana, no se revela la gracia y el poder de Dios con constancia. Siendo siervos de Dios siempre es necesario que tengamos la actitud humilde al acercarnos al trono de Dios en oración. (iii) Jesús ora con persistencia (40, 41, 42a, 43, 44a) Jesús oró con el mismo título de oración repetidamente. “Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo (42a)… Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez (44a)”. Esto no es una vana repetición como aquellos gentiles acostumbraban al orar, sino que es una oración intensa y persistente. Es la expresión de concentración a la oración. Como sabemos, en la Biblia, el Señor enseñó en muchas partes la oración persistente. Un buen ejemplo es la parábola de una viuda que pide ante un juez injusto la justicia con persistencia (Lu 18:1-8). Si Jesús oró de esta manera tan persistente, con mayor razón deberíamos orar intensamente sin desanimarnos. De hecho muchos títulos de la oración no son contestados por la falta de persistencia. Muchas veces nos pasa así: Una y otra vez oramos y nada más, y luego nos olvidamos de lo que habíamos orado. Esto muestra la falta de sinceridad en la oración y de deseo espiritual. Por lo tanto la Biblia nos exhorta a orar con fervor así como un bebé anhela la leche de su madre. Si uno conoce su estado espiritual tan débil y caído, no podría estar tranquilo, sino que clamaría con todo fervor al Dios misericordioso pidiendo su ayuda. De hecho estoy durmiendo espiritualmente como aquellos discípulos que dormían mientras Jesús oraba intensamente. Ser un hombre de oración no es cuestión de un día sino que se va dando a través de la práctica diaria. Al decir verdad, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Pero esto no puede ser nuestra excusa. Si siempre estamos así, repitiendo estas mismas palabras, viviendo en un estado de estancamiento espiritual, el Señor no se agradaría de nosotros. Necesitamos orar mucho por el avivamiento espiritual del culto dominical. Oremos para que de veras sintamos la presencia y la gloria de Dios a través del culto. II. El contenido de la oración de Jesús (39b, 42b, 44b) Muchos cristianos oran a Dios, pero no reciben la respuesta porque les falta sinceridad y persistencia. Cuando alguien ora con toda sinceridad y persistencia, puede recibir la respuesta, pero hay que tener en cuenta esto: No siempre es contestada la oración sincera y persistente. En este caso, habría que examinar el contenido de su oración para saber si es según la voluntad de Dios o no. La epístola de Santiago dice así: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Stg 4:3)”. Entonces, ahora veamos el contenido de la oración de Jesús: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (39b)… Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad (42b)… diciendo las mismas palabras (44b)”. Era una lucha fuerte consigo mismo. El sabía cuál era la voluntad del Padre. Su cabeza la entendía, pero no podía aceptarla de corazón. Jesús sabía lo que le esperaba, y por qué. Con todo, su batalla fue más intensa, que cualquier otra batalla anterior. Él oró que, si era posible, la copa pasara de Él. Pero también mostró su perfecta voluntad de llevar la carga de sus sufrimientos. Estaba dispuesto a someterse a la voluntad del Padre para nuestra redención y salvación, al decir: “pero no sea como yo quiero, sino como tú”, “hágase tu voluntad”. Aquí una cosa notable es que Jesús nunca dudó del amor del Padre. Aun en esta situación tan adversa en que todos lo abandonarían incluso su Padre mismo, seguía confiando en el Padre amoroso al orar diciendo: “Padre mío”. “¡Abbá! ¡Padre!” (Mc 14, 36a). Sabemos bien que la palabra aramea Abbá es la que utilizaba el niño para dirigirse a su papá, y, por lo tanto, expresa la relación de Jesús con Dios Padre, una relación de ternura, de afecto, de confianza. Además de esto vemos su humanidad tan transparente en el contenido de su oración. “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (39b)”. Al pensar humanamente, al orar así, Jesús tenía toda razón porque ahora estaba pasando por una vida más vigorosa teniendo 33 años de edad. (Entre nosotros ¿quién tiene 33 años de edad?) ¡Quién querería morir a esa edad con un futuro prometedor! Es siempre lamentable y triste escuchar morir a los jóvenes por algún accidente o enfermedad. Además de esto la copa amarga que Jesús iba a tomar era diferente de las copas amargas que cualquier hombre podría tomar. Él debería llevar la carga del pecado del mundo siendo el cordero de Dios. Él debería llevar todos nuestros pecados de la impiedad y la injusticia sobre su hombro. Él sabía que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado porque este era el único camino de salvación que el Padre había establecido, satisfaciendo así, la justicia de Dios y a la vez, salvando a la humanidad pecaminosa. Esta verdad es tan profunda que va más allá de toda explicación. Somos salvos por la gracia de Dios en Cristo Jesús. Ya no hay nada que hacer para ser salvos de nuestra parte, porque Cristo Jesús completó la obra salvadora al tomar esa copa amarga. Cuando él oró en Getsemaní, oró por sus discípulos y por nosotros también. Él estaba dispuesto a llevar toda carga del pecado al orar de esa manera. Un escritor escribió una poesía así: “Quien con gran angustia en huerto, sí por ti oró, él la copa bebe fiel de toda tu ansiedad. Hoy, ayer y por los siglos Cristo es siempre fiel; cambios hay, mas Cristo siempre permanece fiel…” Entonces ¿qué significado tendrá esa copa amarga para nosotros los cristianos? Es la copa de la misión. Es la dulce copa de compartir la buena noticia de Cristo con el mundo. Es la copa llena de bendición para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1Pe 2:9b). A través de la oración de Jesús en Getsemaní, hemos aprendido qué importante es orar conforme a la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros tendría títulos de oración con carácter de urgencia. Los que están enfermos, orarían por la sanidad; los que tienen problema de trabajo, orarían para conseguir un buen trabajo. Los estudiantes orarían por sacar una buena nota, etc. Cada vez que hay exámenes de ingreso a una buena universidad, tanto los estudiantes como los padres oran con mucho fervor (en el caso de Corea). Pero aquí la oración de Jesús nos corrige para que podamos orar de una manera verdadera. El propósito de la oración consiste en glorificar a Dios. Al orar es recomendable comenzar derramando nuestra angustia y deseo, por más humano que sean, pero terminar la oración aceptando la voluntad de Dios, aunque vaya en contra de nuestra propia voluntad, diciendo: “Se haga tu voluntad”. ¿Qué se necesita para poder decir: “Hágase tu voluntad”. Se necesita confianza en los planes de Dios, oración y obediencia en cada paso del camino. III. El resultado de la oración de Jesús (45,46) A medida que Jesús oraba con el mismo título, se fortalecía más y más en su espíritu. Después de orar por tercera vez, vino a sus discípulos que seguían durmiendo, y les dijo: “Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega (45,46). Aquí vemos el resultado de la oración de Jesús. Él comenzó a orar con gran angustia y tristeza, pero la terminó con sentido de victoria. Se fortaleció en gran manera, ya que estaba dispuesto a enfrentarse con cualquier adversidad. Seguramente su rostro brillaba y su actitud era como la de un gran general que iba delante hacia el campo de batalla. Cuando el Señor oró, la situación no cambió, pero sí su corazón. Esa es la eficacia de la oración. Es la bendición más grande que uno puede recibir al orar. Entre las cosas más difíciles, el cambio del corazón es la más difícil. Es como tener que mover montañas. Mucha gente de hoy está encerrada en su propio mundo, con pensamientos negativos del cual no puede salir con su propia fuerza. Aun así muchos cristianos oran para que la circunstancia cambie al no saber el verdadero problema que tienen. Aquí el Señor nos está mostrando cómo se debe luchar consigo mismo contra su propio pensamiento humano en oración. Es una lucha fuerte. Sin oración o sin la ayuda del Espíritu Santo es imposible cambiar nuestra manera de pensar o nuestra escala de valores espirituales. Durante mucho tiempo, yo sufría mucho por mi vista muy negativa hacia todas las cosas, especialmente hacia mi mismo. Me sentía inhibido ante los hombres grandes, altos y guapos considerándome como una langosta ante ellos como los israelitas lo sintieron ante los gigantes de Canaán. Pero el Señor me iba fortaleciendo en mi hombre interior por su gracia para vencer todo mi complejo de inferioridad. Además de esto, yo tenía una vista negativa hacia esta obra que sirvo, la obra de CMI, viendo que los 30 años de la obra en Buenos Aires resultaron en pocos frutos en mi vida, pensando que había gastado mi tiempo y vida en vano, lamentándome por ello. Ahora me doy cuenta que yo tenía mucha auto confianza en mi mismo y no oraba de una manera auténtica. Alguien que no ora conforme a la manera que Jesús oró, no puede esperar glorificar a Dios, siendo un pecado grave. La lucha que Jacob tuvo a la orilla del río Jaboc pasando la noche y con un ángel de Dios es lo que necesitamos. Cuando Jacob triunfó en oración, su corazón y vista hacia su hermano Esaú cambió, a quién antes tenía mucho miedo, viéndolo ahora como un ángel de Dios. Esto muestra que su corazón había cambiado primero antes que cambiara la actitud de su hermano Esaú. Ahora no es tiempo de dormir. El Señor nos exhorta y nos reprende diciendo: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (40b, 41). Hermanos y hermanas amados, oremos como Jesús oró y levantémonos del estancamiento espiritual y glorifiquemos a Dios obrando por la fe. Conclusión: Hoy hemos aprendido la oración de Jesús, nuestro Señor, en Getsemaní. Jesús compartió su agonía con sus discípulos. Él oró humildemente postrándose sobre su rostro ante el Padre. Él oró con persistencia hasta que su oración fue contestada de una manera auténtica. Jesús oró diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Al terminar de orar Jesús fue fortalecido en su interior y salió victorioso, lo cual demostraba la eficacia de la oración. Seamos practicantes de la palabra de hoy. ¡Que el Señor revele su gloria a través de sus siervos que oran de una manera verdadera como la palabra de hoy enseña!