miércoles, 8 de abril de 2015

Sermón 20- La gloria de la resurrección de los cristianos

Mensaje dominical (Pascua) 5 de Abril 2015 LA GLORIA DE LA RESURRECCIÓN 1Co 15:35-58 (Leer el versículo 58 solamente) “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1Co 15:58) ¡Felies Pascuas! Alabemos a nuestro Señor Jesucristo que ha resucitado venciendo el poder de la muerte, y ahora está sentado a la diestra del Padre todopoderoso intercediendo por nosotros, y nos envió el Espíritu Santo, el Consolador, para que habite para siempre en nosotros. Hay tanta evidencia de la resurrección de Jesucristo que no se puede enumerar: una es la profecía del Antiguo Testamento, otra es la tumba vacía, otra, la palabra de Jesús, otra, los testigos presenciales, etc, etc, etc... (porque si sigo enumerando nos vamos mañana). En la vida cristiana, la fe en la resurreción es tan importante que sin ella no se puede hablar del cristianismo. La resurrección es una de las columnas de la verdad evangélica, entre las cuales están la encarnación de aquel Verbo que es Jesús, su muerte expiatoria en la cruz, su entierro, su resurrección, su ascención y su segunda venida. Y como ya se imaginarán, hoy, especialmente hablaremos sobre la gloria de la resurrección de los cristianos. En este mensaje en primera parte veremos las evidencias de la resurrección de nuestros cuerpos a través del principio de la naturaleza; en segunda parte veremos que nuestra resurrección depende totalmente de Jesucristo quien es el postrer Adán siendo el espíritu vivificante en contraste con el primero Adán siendo solamante el alma viviente. En tercera parte, veremos los acontecimientos maravillosos que van a suceder con la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Y para concluir, pensaremos en qué clase vida deben llevar los cristianos que esperan la resurrección de los muertos y la transformación de los vivos con la segunda venida de Cristo resucitado. I. Las evidencias de la resurrección de nuestros cuerpos (35-44) Hoy en día mucha gente se pregunta: ¿hay vida después de la muerte? ¿Si es que nos volvemos polvo, realmente hay otra vida? ¿Podríamos resucitar? ¿Cómo? ¿Con qué cuerpo? Como ustedes pueden ver, hoy nos hacemos las mismas preguntas que los cristianos de Corinto. Yo también tenía este tipo de cuestionamientos. Para mí era muy dificil aceptar que un cuerpo muerto que se volvió polvo, de buenas a primeras, resucite. Por eso consideré que a los cristianos les chiflaba el moño; pensé que estaban locos. Igual no se preocupen, hace un rato largo que no tengo la menor duda de que es gracia de Dios poder creer en la gloriosa resurreción, en Cristo Jesús. A estas preguntas, el apóstol Pablo dice: "Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes." Según Pablo, tal calse de pregunta es una tontería. Pablo considera a los que hacen estas preguntas como gente que habla sin reflexión ni inteligencia. Por eso los llama “necios.” Pablo primero conduce a los necios a contemplar la naturaleza a fin de instruirlos acerca de la verdad de la resurrección. Entonces, ¿qué nos enseña la naturaleza? Y ¿cómo poder aplicar el principio de la misma a nuestra vida? (i). Las semillas deben morir para vivificarse Esta es la ley de la naturaleza. Y lo que el agricultor siembra no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano. Si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, sigue siendo un solo grano, pero si muere da abundante cosecha. Es decir, que para que un grano muera, hay todo un proceso. Primero se entierra y recién después de un largo tiempo el grano se rompe y se va abriendo. Al descomponerse es como si pasara por un proceso que parece doloroso y lleno de sacrificio. El principio es que para vivificarse primero tiene que morirse. Este principio se puede aplicar a la vida humana. Una verdad paradójica es ésta: “si morimos viviremos, pero si tratamos de sobrevivir, moriremos.” Nuestro Señor Jesús lo dijo claramente así: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.” (Mr 8:35) La vida consiste en vivir como discípulo de Jesús practicando el camino del discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” (Mr 8:34) (ii). Dios le da el cuerpo como él quiso “Lo que sembramos no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.” Cuando yo era joven vivía en el campo. La primavera era tiempo de siembra, así que yo les ayudaba a mis padres a sembrar. Pude observar que generalmente las semillas eran pequeñas y negritas, aunque tenían diferentes formas, tamaños y colores según las especies. La verdad es que no son fáciles de distinguir. Y tampoco es fácil imaginar qué formas tendrán después de morir, brotar, crecer y dar flores. Pero el agricultor profesional a la legua las distingue. Antes de sembrar puede imaginarse una planta hermosa con muchos frutos. Así es como la naturaleza habla de Dios. El Creador le da el cuerpo que él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. Entre nosotros nadie podría explicar cómo es la vida de una semilla hasta dar frutos. La naturaleza nos enseña que hay un Dios todopoderoso y amoroso que hace crecer las plantas. Nuestro Dios puso en cada especie de semilla su propio carácter, que es lo que los científicos llaman ADN (ácido desoxirribo nucleico). . El escritor después de mencionar las semillas, nos conduce a la tierra donde existen varias carnes, o sea, “no toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves.” ¿No es maravilloso nuestro cuerpo humano? Es hermoso y ágil. Es la obra más maravillosa de Dios entre toda la creación. Por eso el salmista alabó a Dios diciendo así: “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Sal 139:13-17) Ahora pensemos en la carne de las bestias. Miren a las vacas que ayudan a los agricultores a arar el terreno y a llevar cargas; y ni hablar de su carne a la parrilla. Miren a las ovejas tan sumisas que nos enseñan la humildad y nos dan su lana para abrigarnos, simbolizando el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Miren el león, el rey de los animales, que no le teme a nadie, que simboliza a Jesucristo que es el León de la tribu de Judá (Ap 5:5). Ahora entraremos en el agua donde viven innumerables peces tanto grandes como pequeños. Dios les dio aletas para nadar y agallas para respirar. Al pensar en los peces, no podemos pasar por alto aquel gran pez que se tragó al profeta Jonás y lo vomitó vivo a la orilla del mar obedeciendo la orden de Dios. Ahora contemplaremos el cielo donde vuelan las aves. Miren las águilas que miran muy lejos y capturan las presas que simbolizan el evangelio de San Juan. Al amanecer los pájaros cantan para despertarnos del sueño. ¡Qué hermoso y maravillosa es la creación de Dios! Ahora contemplaremos el universo, donde Dios puso muchos cuerpos celestiales como el sol, la luna, y las estrellas. A cada uno le dio Dios su propia gloria. “Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.” Nuestro Dios es grande y maravilloso. Todas las criaturas proclaman la gloria de Dios. El salmista alaba a Dios así: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz.” (Sal 19:1-3) Las obras de la creación y de la providencia nos enseñan diariamente a ser humildes, y a admirar la sabiduría y la bondad del Creador. (iii). Así también es la resurrección de los muertos Entonces, qué lección nos da el principio de la naturaleza acerca de nuestra resurrección? Es decir, ¿cuál es lo que sembramos? Y ¿con qué cuerpo resucitaremos? Ahora leamos los versículos 42 a 44, “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual.” Lo que sembaramos es corrupción, deshonra y debilidad las cuales demuestran el domicilio presente del ser humano en la tierra. No hay cuerpo que no sea corruptible, deshonorable y débil. Nuestro cuerpo es así. Cuando Dios nos quita la vida, nuestro cuerpo se pudre y se corrompe, es comida de gusanos. Entre los cuerpos no hay cuerpo que huele más feo que el cadáver humano. Las jovencitas se jactan de la hermosura de su cuerpo. Pero su hermosura no permanece para siempre. Las chicas, ¡imaginen su cuerpo después de 60 años o más! La cara arrugada como una pasa de uva, imposible de disimular con el mejor maquillaje. Y los jóvenes hacen alarde de su fuerza. Piensan que pueden conquistar el mundo. Practican artes marciales y hacen deporte para ser más fuertes y poderosos. Pero imaginen cómo será su cuerpo 60 años después. Ancianos, fofos, con fuerzas sólo para levantar el bastón. En mi edificio viven varias abuelas que no pueden caminar sin ayuda. Yo tengo más de 60 años. Tengo dos nietos, soy un abuelito. Mi cuerpo se ha debilitado mucho. Así es la vida humana. Nadie puede evitar el envejecimiento porque Dios lo ha establecido. La ley de la naturaleza también nos enseña esta verdad. Pero gracias a Dios porque para los cristianos que creen en Jesús hay una viva esperanza. Aunque nosotros sembramos en corrupción, resucitaremos en incorrupción. Sembramos en deshonra, resucitaremos en gloria; Sembramos en debilidad, resucitaremos en poder. ¿Acaso no es esto también la ensaeñanza de la naturaleza? Nuestro cuerpo terrenal es como una semilla pequeña y corruptible. Pero este cuerpo que tenemos lo usamos por causa de Jesús y de su evangleio, tendremos un cuerpo incorruptible, glorioso y poderoso. Así como es imposible que una semilla misma piense en su cuerpo que ha de salir, también es imposible ver nuestro cuerpo glorioso de la resurrección con este cuerpo que tenemos. Una cosa cierta es que será un cuerpo muy diferente y glorioso de este cuerpo terrenal corruptible y débil. Cuando el Señor Jesús se transfiguró ante los tres discípulos principales nos hizo imaginar cómo sería el cuerpo glorioso resucitado: (Mr 9:2,3) “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos.” Cuando Jesús resucitado visitó a sus discípulos, éstos le reconocieron, de modo que había continuidad entre su cuerpo crucificado y su cuerpo glorificado. Pasó a través de puertas cerradas y sin embargo comió pescado y miel (Lc 24:41-43) e invitó a los discípulos a que lo tocaran. Fue el mismo cuerpo, pero a la vez fue un cuerpo diferente. Esto nos da una lección de que nuestro cuerpo de resurrección retiene nuestra identidad e individualidad, pero será apropiado para una nueva manera de vida. Cuando resucitaremos, seremos semejantes a Cristo porque la Biblia dice: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” (2Co 3:18) II, Jesús, el espíritu vivificante (45- 50) Entonces, ¿cómo podemos tener esta viva esperanza de la resurrección de nuestro cuerpo? Sabemos que en nosotros no hay poder de resurrección ni hay poder de trasformación. Ahora leemos el versículo 45, “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.” En Adán todos morimos porque él no es más que un alma viviente que no puede salvarse a sí mismo ni tampoco salvar a los otros. Él trajo a la humanidad la muerte. Pero el postrer Adán, es decir, Jesucristo es el espíritu vivificante que da vida. Jesús es el origen de la vida. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. (Jn 1:4) El origen de Jesús es diferente de toda la humanidad porque él descendió del cielo. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. (47) Él es el Hijo de Dios. Él es el pan de vida que descendió del cielo. Él es nuestro Salvador que murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras. (1Co 15:3,4) Él nos promete diciendo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” (Jn 5:24) “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Jn 11:25,26) Por lo tanto, así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. (49) Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conocemos en parte; pero entonces conoceremos como fuimos conocidos. Para los cristianos esperan un futuro glorioso. III. Resurrección y transformación de los cristianos (51-57) El apóstol Pablo ahora nos dice algo que es un misterio y que va a ocurrir en el futuro. No lo hace para satisfacer nuestra curiosidad sino para que estemos preparados espiritualmente y mantengamos una viva esperanza. Entonces, ¿cuál es ese misterio? Leamos los versículos 51 y 52, “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.” Estos se refieren a los asuntos que van a suceder cuando Cristo venga de nuevo. La segunda venida de Cristo es tan cierta como su primera venida. Cuando él venga ocurrirán los acontecimientos maravillosos. Los que están vivos creyendo en Jesús cuando él venga serán transformados en cuerpos gloriosos. Si Cristo viniera hoy o mañana, nosotros no experimentaríamos la muerte sino que seríamos trasformados. ¡Qué maravilloso es esto! ¿no? Pero debemos saber una cosa: los muertos en Cristo resucitarán primero y luego los vivos. Todo esto ocurrirá al instante, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos. Cuando venga Cristo se tocará la final trompeta. Ese último trompetazo va a ser la señal de su segunda venida. Hay que estar bien preparados para escuchar ese sonido. Porque sólo Dios sabe cuándo se tocara la trompeta. Por eso es necesario que estemos despiertos espiritualmente escuchando diariamente la palabra de Dios. El apóstol Pablo tiene la convicción de que es necesario que el cuerpo corruptible y mortal, se vista de incorrupción e inmortalidad. Sí o sí. Esta convicción de Pablo también tiene que ser nuestra convicción personal. "Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria." La muerte ya no tiene poder alguno sobre la vida de los cristianos. La muerte es como un aguijón molesto, muchísimo que un clavo en el zapato, que nos había molestado sin cesar sembrándonos desesperanza y tristeza. El aguijón de la muerte es el pecado que nos condenaba sin cesar utilizando la ley. Pero Cristo Jesús murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día derrotando el poder de la muerte. Por lo tanto podemos proclamar con el apóstol Pablo: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (55-57) Dios nos ha dado la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo que es nuestro jefe soberano que va delante de nosotros. Hay victoria delante de nosotros. Somos más que vencedores en Cristo Jesús. Al pensar en estas palabras, no puedo menos de mencionar otra epístola de Pablo donde proclama la victoria de los cristianos. Ahora leo Romanos 8:31 a 39: 8:31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 8:32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 8:33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 8:34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 8:35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 8:36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. 8:37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 8:38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 8:39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Conclusión (58) A veces dudamos en hacer lo bueno porque no vemos resultados inmediatos. Es fácil cansarse. Podemos tomarnos vacaciones de lo espiritual engañados por Satanás. Ahora leamos todos juntos el versículo 58. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” Pablo tiene mucho cariño y amor hacia los cristianos de Corinto y los exhorta con un corazón filial y pastoral diciendo: “hermanos míos amados, estad firmes y constantes.” La firmeza y constancia son los requisitos de los obreros en la viña del Señor. Los cristianos son los soldados de Jesucristo que marchan hacia delante. “Firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos ve. Jefe soberano, Cristo al frente va, y la regia enseña tremolando está: Firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos ve.” No hay otro camino para crecer sino en la obra del Señor siempre. ¿Quieren crecer en la fe? Entonces crezcan en la obra del Señor siempre sirviendo su obra con gozo y agradecimiento. ¿Por qué digo esto? Es porque sé que nuestro trabajo en el Señor no es en vano. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe (Gál 6:9,10). Sabemos que si nuestro peor enemigo (la muerte) ha sido vencido, ya no tenemos que temer a ningún otro enemigo. Podemos abundar en el servicio cristiano, porque ese trabajo contará para la eternidad. Sí, hay galardón eterno en el cielo. “Mucho es el trabajo de sembrar la tierra con el evangelio de la salvación; Para los obreros fieles Dios promete que recibirán eterno galardón.” ¡Que Cristo nos dé la fe, y aumente nuestra fe, para que nosotros no sólo estemos a salvo, sino gozosos y triunfantes trabajando más y más en la obra del Señor! ¡Alabemos a Dios que nos ha dado la gloria de la resurrección de los cristianos en Cristo Jesús!. Leamos juntos otra vez el versículo 58: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” 15:35 Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? 15:36 Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. 15:37 Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; 15:38 pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. 15:39 No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. 15:40 Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. 15:41 Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. 15:42 Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. 15:43 Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. 15:44 Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. 15:45 Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. 15:46 Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. 15:47 El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. 15:48 Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. 15:49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. 15:50 Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. 15:51 He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 15:52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 15:53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 15:54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 15:55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? 15:56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. 15:57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. 15:58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.