lunes, 27 de agosto de 2012

Sermón 2 - El destino y el camino

Juan 14:1-6                                                             

EL DESTINO Y EL CAMINO

"Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre,  
sino por mí." (6)

14:1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
14:2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
14:3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
14:4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
14:5 Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
14:6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. 


En algún sentido todos nosotros somos viajeros en este mundo. El problema es que la mayoría de la gente no sabe ni de dónde vino ni a donde va. Los ateos piensan que la vida terrenal es todo. Su único interés es esta vida terrenal. Su manera de vivir es ésta: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.” Los religiosos creen que hay otra vida después de la muerte. Pero su conocimiento es muy ambiguo. Aun entre los que creen en la vida venidera muchos toman caminos equivocados y andan vagabundeando toda su vida. Esta es la realidad del hombre. Por eso las preguntas fundamentales de la vida del hombre son: ¿A dónde va? Es decir, ¿cuál es su destino? Y ¿cómo llegar allá? Es decir, ¿cuál es el camino? En la palabra de hoy encontramos una respuesta clara a las dos preguntas fundamentales de la vida humana: El destino y el camino.

1. El destino (1-3)
Ahora vamos al aposento donde Jesús come la última cena con sus doce discípulos. Casi una semana antes, cuando Jesús entró en Jerusalén, montado en un pollino, mucha gente lo recibió cantando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” pensando que el reino de Dios llegaría pronto. Podemos imaginar lo que sintieron los discípulos en ese momento. Pero en los corazones de los discípulos iba creciendo la inquietud, cada vez que Jesús hacía y decía algo sorprendente en Jerusalén. Cuando Jesús estaba en la casa de Lázaro, María quebró un vaso de alabastro, se lo derramó sobre los pies de Jesús y Judas Iscariote la reprendió por el derroche, Jesús la defendió diciendo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto” Cuando los griegos querían verlo, les dijo: “Si un grano de trigo no muere queda sólo, pero si muere lleva mucho fruto.”…así insinuando su muerte. En la última cena Jesús les dijo una cosa más sorprendente. Él les dijo: “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.” Ante estas palabras del Maestro, parecía que se sintieron preocupados e inquietos. Sintieron que sus esperanzas se hacían pedazos.  

Jesús entendió la inquietud de sus discípulos y les dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” Es una orden del Señor. Es una reprensión del Señor. “¿Por qué estéis preocupados? Gente de poca fe, creéis en Dios, creed también en mí.” Jesús ve que la inquietud es el fruto de la incredulidad. Aquí a través de la palabra de Jesús encontramos la solución del problema de inquietud. Si creemos en Dios y en su Hijo Jesucristo podemos librarnos de la inquietud. Alguien dijo que la vida del hombre es como navegar sobre la mar de inquietud, donde hay mucha tempestad de vida. Muchos se inquietan, se desaniman ante ella. Pero podemos vencer cualquier tempestad de la vida al poner nuestra confianza en Dios. Pero si dependemos de los hombres lo que nos queda es rencor y amargura porque el hombre es básicamente débil e infiel. El profeta Isaías dijo muy bien. Él dijo: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” Por eso Jesús nos invita a creer en Dios y en Jesucristo, el Hijo de Dios. Los que creen en él tienen una base firme en la vida, que es inmutable. Es como construir la casa sobre la roca.

Dios es nuestro Padre celestial todopoderoso y bondadoso. Él nos ama tanto que no escatimó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros. Todos los que creen en su Hijo Jesús tienen el privilegio de ser hechos hijos de Dios. Si somos hijos de Dios también herederos de su reino. Miren la promesa del Señor: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho.” En la casa del Padre celestial hay muchas moradas. Esto no es un cuento inventado para consolar a los que no tienen casa, sino que es la promesa del Señor. El apóstol Juan lo vio en la visión y testifica así: “Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal…. doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio (Ap 21:10-27).” 

Una vez un cristiano muy rico tuvo un sueño. En el sueño un ángel que visitó su casa lo iba a llevar al reino celestial. Antes de salir de su casa, este cristiano le pidió al ángel que le permitiera llevar el oro que había ahorrado. Su petición tenia tanto anhelo, que el ángel se lo permitió. Cuando llegó a la puerta del reino celestial, allí estaba Pedro. Éste le preguntó al cristiano qué era la bolsa que tenía en su mano y por qué la trajo. El cristiano le contestó que era oro y quería llevarlo adentro. Entonces, Pedro se rió a carcajada y le mostró la ciudad celestial hecha de oro y le dijo: “En el reino de Dios, el oro es como polvo que no tiene mucho valor.” Al despertarse del sueño se arrepintió de su vida apegada al oro y empezó a vivir una vida compartiendo y haciendo muchas cosas buenas.     

La promesa del Señor es esta: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” ¡Qué promesa emocionante es ésta! El Señor vendrá otra vez y nos llevará al reino del Padre celestial y estaremos con él para siempre en gloria.

Cuando observamos el contenido de la Biblia, hay tres columnas básicas. La primera es la creación de Dios y el establecimiento de un paraíso para el hombre. La segunda es la perdición del paraíso por causa del pecado de un hombre. La tercera es la restauración del paraíso a través de la muerte y la resurrección de Jesús. Todos los héroes de fe tuvieron esta esperanza de la restauración del paraíso, es decir vivir en la casa del Padre celestial. Nosotros conocemos a Abraham como un antepasado de fe. Cuando Dios lo llamó, le prometió que su nombre seria grande y que le daría muchos descendientes, con los cuales podría ser establecida una nación santa. Por supuesto, a Abraham le agradaron las promesas de Dios, especialmente "engrandeceré tu nombre". Pero su alegría verdadera estaba en su esperanza en el reino de Dios. Anhelaba entrar en el reino de Dios. Hebreos 11:10 dice, "Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios".

      Como sabemos, el apóstol Pablo es uno de los grandes hombres, en el mundo cristiano. La semilla del evangelio con la que se conquistó el Imperio Romano fue sembrada por él. Su visión ardiente era conquistar el Imperio Romano con el evangelio de Cristo y hasta el mundo entero. Pero su esperanza verdadera no estaba en el mundo. En 2 Corintios 5:1 él escribió así: "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos". También en Filipenses 1:22 a 24 confiesa: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Más si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros.” 

El apóstol Pedro era el principal discípulo de Jesús, candidato a ser el primer ministro del reino mesiánico terrenal que ellos imaginaron que Jesús establecería. Luego aprendió que el reino celestial es el único lugar permanente y nuestro destino final. Él dijo en 1 Pedro 1:3,4, "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros". La promesa de la casa del Padre es la llave del evangelio. El sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús son el proceso del cumplimiento de la promesa del reino glorioso de Dios. La Biblia nos enseña repetidamente que podemos ser buenos peregrinos en la tierra cuando tenemos una esperanza viva en la casa del Padre celestial.

      Muchos jóvenes podrían decir que van a pensar en la casa del Padre cuando lleguen a tener más de 70 años. Los que dicen esto están muy equivocados porque piensan que pueden controlar su vida. Una cosa es cierta: que al venir al mundo venimos en el orden, pero al morir no es así. Nadie sabe la hora cuando el Señor lo llamaría.

El ser humano anhela eternidad y el paraíso porque Dios los puso en el corazón del hombre. Por ejemplo, cuando Pablo visitó a Atenas, vio la ciudad entregada a la idolatría. Había aun muchos ídolos anónimos (Hch 17:23). Una cosa irónica es que los griegos que buscaban la sabiduría tenían la mayor cantidad de ídolos, así como muchos mitos que explicaban el camino secreto a la suerte y a la vida eterna. La gente está en oscuridad. ¿Por qué la gente está triste, y se siente solitaria, vacía y confusa? Es porque no sabe de dónde ha venido y a dónde está yendo. Si lo supiera, sería muy diferente su manera de vivir. Aun un criminal reconoce en su conciencia que hay un Dios. ¿Por que tanta gente se suicida o toman drogas o derrochan su vida en cosas vanas? Es una muestra de la desanimada lucha del hombre que perdió el paraíso a causa del pecado. Pero nosotros creemos en Dios y creemos también en Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo dice que hay muchas moradas de la casa del Padre. La casa del Padre es nuestro destino. “En la mansión do Cristo está allí no habrá tribulación ningún pesar ningún dolor que me quebrante el corazón. Allí no habrá tribulación ningún pesar ningún dolor. Y cuando esté morando allá diré que no hay tribulación.”   

II. El camino (4-6)
Entonces la cuestión es: ¿cómo poder entrar allí? Para esto hay que saber el camino. ¡Qué importante es saber el camino y andar en él! Nosotros los misioneros durante dos semanas, dirigidos por el profesor Yoo Jung Seob aprendimos la historia de Israel y la geografía de su tierra. Aprendimos muchas cosas preciosas. Damos muchas gracias a Dios por el profesor Yoo quien nos enseñó con todo su corazón aun en medio de su salud delicada. Algún día quiero compartir lo que aprendí con ustedes. Ahora solamente quiero decir una cosa: “la importancia del camino.” Uno de los secretos de la victoria del rey David era su conocimiento sobre los caminos de la tierra de Canaán. A través de su vida fugitiva durante 10 años por la persecución del rey Saúl, él aprendió muchos caminos, tanto anchos como angostos andando de un lugar al otro lugar. Cuando llegó a asumir el cargo de rey empezó a conquistar a las naciones impías utilizando su experiencia pasada en la guía del Señor. En muchos casos la victoria en la guerra dependía de tomar los caminos correctos. El destino y el camino son inseparables. 

En la Segunda Guerra Mundial, un soldado valiente de una tropa especial se perdió en la selva, estaba solo, (separado de los compañeros). Perder el camino en la selva era igual que la muerte. Aunque trataba de llegar al destino, volvía al lugar donde estaba. En la selva había animales salvajes y feroces. Pasando unos meses, sus compañeros llegaron a pensar que él habría muerto. Cuatro meses después, un día él volvió al destino. Él caminó más de dos mil Km. para llegar allí. Sus compañeros se maravillaron y le preguntaron cómo pudo llegar. Él les contestó, diciendo: Vagabundeando por la selva, pase por muchos peligros de muerte muchas veces. Me desanimaba por no poder encontrar alguna manera de sobrevivir. Pero había una cosa que me daba esperanza: este mapa.” Entonces, él sacó de su bolsillo un mapa todo rotoso y se los mostró. Ese mapa era un mapa de turismo. Él lo llevaba en su bolsillo sin darle importancia, pero este era como un cordón de vida al andar vagabundeando en la selva. Cada vez que se sentía cansado y solitario, miraba el mapa y se encendía en él, el fuego de la esperanza. Al final, gracias al mapa, pudo llegar a su destino.

La Biblia habla mucho del camino. Ella dice que hay dos caminos principales: Uno es el de la vida, el otro es el de la perdición. Salmos 1:1 dicen: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado.” El Señor reconoce el camino de los justos, pero la senda de los malos perecerá. Jesús dice: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mt 7:13,14).”

Miren el versículo 4. Jesús reconoce a sus discípulos, es decir, pone su confianza en ellos diciendo: "Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino". Esperaban el resultado positivo de su trabajo durante 3 años y medio de disciplina. Pero uno de sus discípulos, Tomás le contestó diciendo: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?"(5).Qué respuesta tan desanimada y negativa! Él no dijo: “no sé a dónde vas; ¿Cómo, pues, puedo saber el camino, sino que dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?" Es decir, él pensó que todos sus compañeros estarían de acuerdo con su palabra. Lo que Tomás dijo parece ser un poco rebelde, porque Jesús les había enseñado varias veces a dónde él iría. Parece que aunque él lo sabía intelectualmente, su corazón estaba rechazando la realidad intencionalmente. Pero Jesús fue muy amable con Tomás. Ante la palabra negativa de Tomás, Jesús declaró una palabra permanente la cual todos los cristianas saben memorizar, que es la palabra de la vida.

Miren el versículo 6. "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí". A lo largo de la historia humana, muchos hablaron sobre camino. Trataron de buscar el camino, estudiando varias ramas de la ciencia. Pero no ha habido ni siquiera uno que haya explicado correctamente de dónde vino el hombre y a dónde va. De hecho, el camino incluye la verdad y la vida. Si uno conoce el camino, eso quiere decir que conoce la verdad y tiene vida eterna. Un famoso filósofo chino, Confusio, dijo: "Si conozco el camino a la mañana, moriré feliz a la tarde". Sus palabras nos hacen pensar cuán difícil es buscar el camino, y nos revelan que él mismo no lo encontró aun después de muchos estudios y meditaciones. El que conoce el camino, conoce también de dónde vino y a dónde está yendo. Sabe el significado de su existencia y su destino final.

Pero en la palabra de hoy encontramos algo sorprendente. Jesús dice "Yo soy el camino". No sólo aquí sino en varias partes de la Biblia, proclama con toda seguridad que él es el camino. En Juan 3:13 dijo. "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo". En Juan 6:38 también dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino para la voluntad del que me envió". Dijo también en Juan 8:14: "Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy".

 Jesús es el único que dice: “Yo soy el camino.” Él abrió el camino al Padre a través de su muerte en la cruz y resurrección. Él camina delante de nosotros siendo nuestro buen Pastor. Jesús no sólo habla del camino sino que también él mismo es el camino. Esto quiere decir que Jesús es el guía mismo. Es como el guía que conduce al alpinista hasta la cumbre del monte Himalaya. Jesús nos acompaña en nuestro viaje a la casa del Padre en esta tierra donde está lleno de peligros. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él nos lleva sobre su espalda cuando pasamos por el valle más oscuro de la vida. Sí Jesús es el camino

También Jesús dice: “yo soy la verdad.” ¿Por qué Jesús es la verdad? Conocer la verdad es básicamente igual que conocer el camino. Los filósofos seculares dicen que la verdad debe ser universal. Ésta, debe ser aplicable tanto a los hombres de la antigüedad, como a los hombres contemporáneos. Debe ser inmutable, y también debe tener valor absoluto. ¿Dónde podrá encontrarse tal cosa en el mundo? Las cosas del mundo son corruptibles, cambiantes (1Pd 1:4). ¿Hay algo que no cambie en este mundo? Algunos dirán que la ciencia no cambia. Pero cambia. La ciencia antigua siempre es cambiada por la ciencia más moderna. No es más que un proceso de la búsqueda de la verdad. Pero en la palabra de hoy Jesús dice, "Yo soy la verdad.

Cuando Jesús dice: yo soy verdad”, esto quiere decir que él es la verdad misma, es decir, no sólo habla de la verdad sino que también vivió la verdad. Los fariseos le enseñaron la verdad al pueblo, pero ellos mismos no eran la verdad porque sus palabras no acompañaron sus hechos. Ningún maestro ha sido jamás la encarnación de sus enseñanzas, con excepción de Jesús. Muchos hombres podrían decir: “Os he enseñado la verdad.” Jesús era el único que podía afirmar: “yo soy la verdad.” Esto quiere decir que él es también la vida. ¿Por qué la gente quiere saber el camino y la verdad? Es para que tengan vida. El camino o la verdad en los que no hay vida ya no es camino ni verdad. Siempre el camino verdadero o la verdad nos conduce a la vida. Juan 1:4 dice, "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres". Juan 5:24 dice: "De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida".
     
Nosotros somos peregrinos santos que andamos por este mundo hacia la casa del Padre celestial. Pongamos nuestros ojos allá y caminemos por este mundo en el camino del Señor. El Señor es nuestro camino. Si confiamos en él y somos guiados por sus palabras de vida cada día, un día nos hallaremos en la presencia del Señor. Al terminar esta vida terrenal queremos hacer esta confesión que hizo Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2Ti :7,8).” Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí". Nuestro destino es la casa del Padre celestial donde hay muchas moradas para vivir eternamente con el Señor. Jesús es el único camino que nos conduce al Padre. Nadie puede venir al Padre sino por Jesucristo.
                                                                             Predicado en el día 24 de Febrero 2008

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